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Columna
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Orgías en el bosque

Discretos habitantes de Centroeuropa viajan cada fin de semana al aeropuerto de L'Altet. Una vez en tierra, desdeñan la tópica ruta que habría de llevarles a las discotecas de Benidorm, a los apartamentos de Torrevieja o al mar de Alicante. El destino de estos turistas es distinto: unos colegas locales los recogen en la terminal y los conducen a remotas fincas situadas en las faldas de las sierras ibéricas. Vienen luego unas horas de ducha y sosiego, de sonrisas y frutos secos, y ya pronto todo es mirar el reloj y contemplar el crepúsculo entre los árboles. Encenderse los ánimos y transitar la gran emoción de la víspera. Cuando cae la noche, aquellos hombres y mujeres -oficinistas de Hamburgo, tenderos de Berlín, melancólicos de Múnich- se transforman en oficiantes de una brumosa religión que pide tiniebla, desnudez y bosque mediterráneo. Cuando la oscuridad ya reina, los viajeros arios y sus socios autóctonos, urden el gran rito de la carne y del exceso. Mientras atienden a sus gozos, suena la salmodia de un hechicero con linterna que rige las horas y las coyundas, los suspiros y los desbordamientos. Nada hay que objetar a esos intrépidos tumultos. Fiestas, sin duda, muy entretenidas: calificativo que ha de irritar a quienes otorgan al placentero comercio altas derivaciones metafísicas cuando no muy literarias y admirables cimas amorosas. Nada que criticar en esas liturgias libertinas. Pero sí hay que estar alerta a los robos que a veces las acompañan y, en el fondo, las provocan. En la Comunidad Valenciana proliferan las sectas destructivas, sostiene la policía. Selectos delincuentes que ofrecen a sus seguidores el paraíso ya en el cielo, ya en la tierra. El juego siempre es el mismo: aparece un visionario que habla de una luz nueva, de una plenitud diferente, y fanatiza a sus vecinos más débiles. Con el señuelo del sexo libre o de burdos misticismos, la meta es repetida y vieja: apoderarse de la voluntad y los caudales de sus adeptos. Y es en ese flanco donde hay que vigilar a los disfrazados transgresores. Para destapar su fascismo estructural, por muchos culos que brillen bajo la luna.

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