Teruel existe, de momento
Teruel existe, pese a todos los pesares. Teruel existe, pese a la despoblación, pese a la ausencia de vías modernas de comunicación, pese al frío, pese a la indiferencia de los políticos que no ven en el éxodo rural un problema de capital importancia.
Los políticos son criaturas engañosas, de reflejos rápidos en el cuerpo a cuerpo cotidiano pero terriblemente lentos, miopes o, peor, despreocupados, en lo que al medio o largo plazo se refiere. No se puede poner puertas al campo. Si no quieren inmigración, o bien mátenlos o bien creen condiciones de vida digna en los países de origen. ¿El señor Rajoy ha necesitado cuatro años para averiguarlo? En el teleclub de mi pueblo, el más tonto ya lo decía mientras veíamos a Camerún correr que se las pelaba en el Mundial de Francia.
Nuestra emigración interior también existe. Aquí aún no le hacemos mucho caso, pues todavía nuestros prohombres no reconocen el problema. ¿Cómo se pueden tener pretensiones de neoimperio que vuelve por sus fueros, reclamando un puesto puntero en Europa, si nuestra España está tan desequilibrada demográficamente? No sólo las ciudades de más de 20.000 habitantes ralean en nuestro suelo patrio, sino que cada vez más zonas más extensas se quedan con menos gente, los mercados interiores se hacen cada vez más pequeños y, por tanto, la capacidad de crecimiento se anula, es más, se invierte. Por contra, el uso de infraestructuras viarias se concentra en determinados lugares sin poder absorber el tráfico que se les exige; los suelos industriales allí se disparan; los destinados a viviendas ni te cuento; la gente vive peor; todos están más tristes o más crispados porque no hay tiempo; no hay calma, no hay calor humano y eso no es vida.
Planteémoslo así: Teruel no es el problema, es el arquetipo de la causa, es la aparente víctima que clama atención y nadie parece reconocer en su lamento un aviso. Nos arrepentiremos, y si no, al tiempo.
Teruel existe, de momento, pese a todos los pesares, incluso pese a los radares y multas de la Benemérita, que se ceban en las carreteras de esta tierra y todavía nos hacen más malditos, más aislados y más acosados por la adversidad.
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