Agenciarse la vidilla
Cuando los políticos que han desempeñado responsabilidades públicas de alto rango se encandilan con las prebendas vitalicias, el ciudadano se echa mano a la cartera. Sin duda, es un reflejo que tiene que ver con las teorías de Pavlov. Lo de las prebendas, no, porque no están condicionadas por el aparato digestivo, sino por el aparato del partido. Y el aparato del partido resulta inexcrutable y no sabe de la realidad, la militancia y los electores, en tiempos de hibernación. El miércoles, si la lucidez, la coherencia y la ética no se imponen, las Cortes aprobarán, por mayoría absoluta del PP, con los votos engrilletados del PSPV, el sueldo, los asesores, el chófer y el despacho, de por vida, de los ex presidentes de la Generalitat. El calor aturde y el trámite se cuela de urgencia, por entre el trajín del tráfico, las paellas de los chiringuitos y una estatuaria de pellejos estirados e implantes de silicona. El cronista constata falta de rigor, de crítica, de autocrítica y de materia gris en ejercicio. Ésta es una operación que no dignifica a los representantes autonómicos, sino que los hunde en la ciénaga del descrédito. Y todo urdido inteligentemente, por quienes no necesitan condición alguna de prebendado. El cronista en el vis a vis de dirigentes, estima que Zaplana acredita un cum laude: ha puesto el señuelo y Joan Ignasi Pla se ha dejado enredar como un pardillo. Y con Pla, muchos socialistas que no están de acuerdo, y no lo están porque mantiene la cabeza fría. Pero mientras la llamada disciplina de partido no sea más que un eufemismo de la obediencia franciscana, ¿qué hacer?
El cronista se percata de que tiene mejor opinión y un más alto concepto de los presidentes y ex presidentes, que muchos de sus correligionarios y acólitos: los considera capacitados, competentes, con una gran experiencia y muy enteros para preservar su dignidad y su civismo, en su vida profesional, sin convertirse en incómodo patrimonio, de la sociedad valenciana. Como cualquier otro trabajador, en paro, deben percibir, por unos años, parte de sus emolumentos, hasta que se incorporen a su normalidad. Otra cosa no sería si no flamear la creencia de que los políticos son unos inútiles. Por eso, este asunto le parece cosa de opereta o de bodevil o de carpa de saltimbanquis y exhibición de fenómenos en frascos de formol. Y teme que, con el tiempo, dejemos de ser un país de funcionarios, para serlo de ex mandamases, asesores y chóferes, sin apenas ciudadanos para costear de sus bolsillos tanto boato.
El cronista de prosperar, como parece, la desvariada proposición de ley, pedirá amparo a quien corresponda, para no poner ni un euro ni un duro, en el cepillo de los ex presidentes invalidados, con astucia y argucia. Eso sí, consciente de nuestra mediterraneidad, con sus fábulas, su héroes y sus teogonías, está elaborando un censo de mitos de la modernidad. Nada de minotauros y centauros; ahora, esas prodigiosas criaturas, que conservan sus funciones mágicas, aunque no tan estéticas, se llaman: palausauros y escañosauros: o sea, mitad hombre o mujer, mitad poltrona. El cronista se dispone a exiliarse, como ya hizo en otra ocasión, de la Comunidad Valenciana, y a solicitar asilo racional en el País Valenciano. Qué de mudanzas.
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