Del 'búnker' al 'Gran Hermano'
Los alemanes se entrenan con las puertas del estadio cerradas; los brasileños con más de un millar de periodistas sin quitarles el ojo. Nada se sabe de la estrategia germana, de los acertijos planteados por Rudi Voeller. A Luiz Felipe Scolari se le escucha todo, entre otras cosas porque los reporteros pueden pisar el campo, están en la orilla y hasta juguetean con los balones que escupen las punteras de Roberto Carlos, que, hay que tener cuidado, a veces dinamitan alguna cámara fotográfica o de televisión.
Voeller habla con los medios de comunicación a las ocho de la mañana, con lo que reduce considerablemente el auditorio extranjero, porque los alemanes se sienten obligados. Eso sí, las ruedas de prensa teutonas son absolutamente precisas. Preguntado por el número estimado de hinchas germanos que se prevé que acudan a la final de mañana, el jefe de prensa contestó sin titubeos: 'Mil setecientos setenta y cuatro'. Ni uno más ni uno menos.
A esas horas en las que tanto afinan los germanos, no hay un brasileño en danza. Así que Scolari se suelta la lengua por la tarde. En el hotel de los alemanes en Yokohama está mal visto todo aquél que no pertenezca a la delegación. Nada les disgusta más que toparse con un plumilla con la acreditación colgada por algún pasillo e incluso intentan convencerle de que abandone la instalación que tiene contratada y pagada desde hace días. En el hospedaje brasileño, en cambio, se respira sin problemas, aunque los jugadores se dejen ver lo justo salvo cuando se tiran a la bartola en la piscina.
Son dos estilos, dos formas de afrontar toda una final del Campeonato del Mundo. Cada uno, a su manera. Unos, en un búnker; otros, con el Gran Hermano encima.
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