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De la familia a las familias

Un sesentón que haya vivido desde niño, por ejemplo, en un pueblo del Alto Pirineo puede observar que la vida ha cambiado más en aquel lugar desde el fin de la II Guerra Mundial hasta hoy que desde la Revolución Francesa hasta mediados del siglo XX. Las causas de esta aceleración del cambio social son, como siempre ocurre en los procesos históricos, múltiples y complejas; pero cabe destacar una: la mutación profunda de la familia.

Manuel Castells destaca que el eje vertebrador de la configuración tradicional de la familia ha sido el patriarcado, caracterizado por implicar una autoridad de los hombres sobre las mujeres y sus hijos, en el seno de la unidad familiar impuesta desde las instituciones, y qie en este fin de milenio la familia patriarcal se ha visto superada por los procesos interrelacionados de la transformación del trabajo y de la conciencia de las mujeres. ¿Por qué ha sucedido así, a partir de los años sesenta? Básicamente, por dos razones: 1. La transformación de la economía y del mercado laboral, junto con la apertura de más oportunidades educativas para las mujeres, han abierto a éstas la puerta de su independencia económica, que es el presupuesto de su auténtica autonomía personal. 2. Los avances de la biología, la farmacología y la medicina, que han permitido el control del embarazo.

Las consecuencias de este cambio social han sido inmediatas. En primer lugar, ha entrado en crisis el modelo de familia basado en el compromiso a largo plazo, lo que se manifiesta en la proliferación de rupturas matrimoniales, y en segundo término, ha aumentado el retraso en la formación de parejas y la frecuencia de la vida en común sin matrimonio. Ello provoca no sólo el fin de la familia patriarcal, sino también la aparición de una variedad creciente de estructuras de hogares, con lo que se diluye el predominio del modelo clásico de familia nuclear (parejas casadas en primeras nupcias y sus hijos).

Francis Fukuyama evalúa negativamente la crisis de este tipo de familia. Así, sostiene que el primero y principal de los grandes cambios acaecidos entre los años 1965 y 1995 es el declive de la familia, que él atribuye al aumento del divorcio y a la ausencia de un compromiso cívico, puesto que la nueva familia rota destruye, según él, la confianza y los hábitos sociales, debido a la ausencia de la figura del padre y a la falta de autoridad paterna. Lo cierto es que Fukuyama va muy lejos, pues afirma que el trabajo asalariado de las mujeres y el control de la natalidad son los dos factores fundamentales del cambio familiar, junto con los sistemas de protección social. Y añade que la protección social fomenta la ruptura familiar, ya que el welfare hace más soportables sus efectos. Este diagnóstico ha sido tachado por Inés Alberdi de antifeminista, por cuanto culpa, como causantes de los problemas que nos afectan a todos, solamente a las mujeres, que son quienes más recientemente se han liberado de las ataduras a que han estado sometidas durante siglos. Como pensador reaccionario, Fukuyama detecta los problemas, pero no es capaz de ver los aspectos positivos del cambio social.

Frente a esta posición involutiva de Fukuyama, cabe sostener que la crisis de la forma clásica de familia no significa en modo alguno el fin de la familia, ya que en el desarrollo histórico de las sociedades -como destaca Isaiah Berlin- no hay sólo valores buenos contrapuestos a valores malos, hay muchos valores buenos y legítimos contrapuestos entre sí y tenemos que optar entre ellos, y al optar, muy a menudo hemos de dejar de lado valores también legítimos. Es en este sentido en el que, aun comprendiendo la resistencia de quienes pierden preeminencia con el cambio, se debe dar trato preferente a los intereses emergentes de las mujeres, que imponen una transformación que influye en las familias y en la sociedad toda.

Por otra parte, es inexacta la idea de la quiebra actual de la familia, si bien es cierto que sus formas han experimentado fluctuaciones. Como señala Lluís Flaquer, las encuestas muestran que la familia es uno de los valores que más aprecian los ciudadanos y que el creciente prestigio de la familia viene dado por la mayor necesidad psicológica que tenemos de ella, que aumenta a medida que su intensidad institucional se desvanece y sus miembros se individualizan.

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Por tanto, la familia ha perdido consistencia institucional, pero haganado intensidad psicológica y emocional.

Ya no hay una Familia con mayúscula, con un patrón normativo único, pero existe una pluralidad de familias con minúscula, formadas por personas que creen en ella y se organizan según su leal saber y entender.

Hoy en día, el matrimonio es un instrumento, pero no el único medio de acceder a la realidad familiar plena, por cuanto -en la dinámica tozuda de los hechos- la familia ha dejado de ser una realidad institucional rígida, de acceso exclusivo a través del contrato matrimonial. A la familia también se accede a través de la posesión de estado, que genera la unión estable de pareja. De la familia institucionalizada se está pasando, con rapidez progresiva, a la familia individualizada. De la Familia a las familias, caracterizadas todas ellas por constituir el ámbito de solidaridad primaria. El único ámbito en el que se nos quiere por ser quienes somos, no por lo que tenemos, ni por lo que sabemos, ni por lo que podemos.

Juan-José López Burniol es notario

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