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Columna
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Las artes

Sentirse satisfecho con el propio trabajo, o sea, trabajar a gusto, es magnífico; si además el quehacer es adecuado a la preparación recibida, a la profesión que se eligió, es una verdadera suerte; y si encima se trata de un trabajo artístico, en donde no es nada fácil ganarse la vida, entonces esa persona tiene mucho mérito por haberlo conseguido. Y es que, si son muchas las personas que intentan alguna vez probar suerte con las artes, quizá como realización de ese sueño común que es la creación, el dedicar toda una vida a ello exige condiciones especiales y toda una victoria que pocos pueden llevar a cabo. Es el caso de Santiago del Campo, cuya obra presenta estos días en una exposición antológica en el Centro de Arte La Almona, en Dos Hermanas.

Hace muchos años, en su estudio de la calle Betis, en un seminario organizado por Luis Guembe sobre semiología del arte, aprendí que la calificación de una obra de arte no puede dejar de ser subjetiva: gusta más, gusta menos o no gusta nada; probablemente por eso, cuando se necesita un criterio se suele optar por buscar el consenso de varios conocedores. A lo largo de aquellos días pude admirar por primera vez el examen ágil, seguro, diverso y certero que los pintores pueden llegar a hacer frente a un cuadro, así como la cantidad de práctica y de mirada acumulada que ello significa.

El resto de mi admiración la guardé para otra cualidad que tiene valor en cualquier persona de cualquier profesión, y que, en el caso específico de Santiago del Campo, contribuye a que los demás disfruten de lo que él sabe disfrutar. Me refiero a la generosidad para compartir sus conocimientos sobre el arte; no tiene pereza para ello. Y también es generoso para juzgar la obra de los demás. No estoy pensando en una benevolencia caritativa sino en un interés profundo que se afana en buscar los pequeños aciertos tanto como en estudiar los grandes hallazgos. Sin prisa. Como el placer de una verdadera vocación; y también creo que se debe a una lealtad profesional en donde no cabe la mezquindad.

El estudio de la obra de Santiago del Campo lo lleva a cabo Francisco Javier Rodríguez Barberán en el espléndido catálogo que editaron en Dos Hermanas. Sin suficiente criterio para juzgar una obra tan compleja, yo me limito a admirar.

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