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Columna
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Manaus recupera los pasos perdidos

En Manaus es inútil resistirse a la leyenda. Las sombras de la película Fitzcarraldo, de Werner Herzog, imponen una presencia casi alucinógena. El delirio de un teatro de ópera al lado de la selva, levantado al socaire de una época de esplendor económico con la explotación del caucho, incentiva las fantasías. ¿Cantó Caruso aquí? ¿Representó Sarah Bernhardt la Fedra de Racine? Nadie lo asegura, pero tampoco nadie lo niega. No hay pruebas documentales, por mucho que el cine o la Enciclopedia Británica lo aseguren. En realidad, como dicen la mayoría de los brasileños a los que se pregunta por ello, qué más da. ¿Quién se atreve a afirmar a temperaturas realzadas por un cien por cien de humedad que algo no es posible? Lo que importa es la existencia a unos pasos de la selva y del Amazonas de uno de los teatros de ópera más bellos del mundo. Lo demás es superfluo. Y el teatro se eleva imponente, con su pátina de color rosita, desafiando todas las convenciones y reivindicando como pocos la locura de la ópera. A poca distancia está el puerto, con un mercado de pescado asombroso por la variedad de especies, en un edificio similar a Les Halles, de París; y, justamente enfrente del teatro, llama la atención un humilde cabaret, el Jet Set, anunciando orgulloso sus sesiones de strip-tease con luces de neón.

Manaus fue en su día el París brasileño. La electricidad, los tranvías, se instalaron antes que en Río o São Paulo. Y para la construcción de un teatro de ópera llamado a ser el emblema inequívoco de una época de gloria, llegaron desde Europa los mármoles de Carrara, las lámparas de Sevres, la cristalería de Murano y, por supuesto, las maderas más selectas de la vecina selva. Los días de esplendor desembocaron en una decadencia inevitable con la pérdida de la hegemonía económica del caucho por la competencia inglesa. Los efectos de la resaca de la Primera Guerra Mundial también afectaron a una economía en retroceso y, con el paso del tiempo, hasta se atrevieron a pastar las vacas en los espacios donde años antes se escuchaba con fervor La Gioconda, de Ponchielli, la primera ópera que se representó el 7 de enero de 1897, una semana después de la inauguración del teatro el día de fin de año de 1896. Las reformas de 1929, 1962 y1974 trataron de recuperar los pasos perdidos. La última, comenzada en 1987, ha dejado el teatro como un pincel y la ciudad vuelve a ser un símbolo.

Las compañías italianas, portuguesas, francesas o españolas que ocuparon el teatro en sus primeros años ya no ejercen su hegemonía. Tampoco los divos, capaces de arruinar con sus voluminosos cachets cualquier posibilidad de supervivencia. El teatro de Manaus defiende ahora por encima de todo la cantera. En 1997 se creó la Orquesta Amazonas, que dirige el maestro brasileño Luiz Fernando Malheiro, director asimismo de la Ópera de Río de Janeiro y de un festival que se celebra en Manaus desde hace seis años durante abril y mayo. Los tres polos de la programación son Mozart, los compositores brasileños como Gomes o Villalobos, y alguna travesura como El anillo del nibelungo, algo especialmente mágico en estos parajes de Dios y el diablo en la tierra del Sol.

De algo se puede enorgullecer especialmente el teatro. La edad media de los asistentes no tiene parangón en Europa. A ello contribuye una política de precios que sitúa las entradas más caras de las funciones a poco más de 18 euros, y las más baratas, con visibilidad, por debajo de 6. La espontaneidad se nota en un público que se ríe a carcajadas al hilo de la trama teatral en, por ejemplo, el aria del catálogo de Leporello, de un Don Giovanni con reparto totalmente brasileño, y que manifiesta su aprobación con silbidos o gritos al estilo de los conciertos de música popular. Las corbatas son para los turistas. Incluso en las localidades se puede leer una curiosa recomendación: 'No entrar en camiseta, bermudas o chanclas'.

Las calidades musicales alcanzaron una fuerza arrolladora en Cóndor, última obra del compositor António Carlos Gomes, estrenada en La Scala de Milán en 1891. Fernando Fraga la consideraba 'la más lograda del autor' en su estudio sobre el 'Verdi brasileño' del boletín Diverdi. Hubo emoción en las voces, pero sobre todo una prestación soberbia de la Filarmónica Amazonas, a las órdenes de Malheiro. Manaus va recuperando así los ecos de la leyenda, cambiando su filosofía, pero sin perder un ápice de su magnetismo.

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