La batalla del asiento superclase
Gómez Angulo zanja la polémica de la ida apoltronándose en la vuelta en el mejor sitio del avión
La selección española hizo ayer el viaje de 13 horas de avión que separa Corea del Sur de Madrid. Los jugadores dormían hasta que sobrevolaban el Cáucaso, se desperezaban al atravesar el espacio aéreo italiano y, casi repentinamente, se abrieron las puertas de la nave y una ola de 32 grados centígrados los golpeó al bajar la escalerilla. En la plataforma del aeropuerto de Barajas, los primeros hinchas, operarios de carga, les dieron la bienvenida después de un mes de desventura en la Copa del Mundo más rara de la historia. El incidente más notable de un viaje anodino fue la hilaridad que desató en los rangos bajos del vestuario la decisión del secretario de Estado para el Deporte, Juan Antonio Gómez Angulo, de despojar a los jerarcas de sus asientos en la zona más exclusiva, la de superclase, para ocuparla él mismo.
Ricardo, el portero del Valladolid, andaba partiéndose el pecho de risa con el asunto. Porque, inconsciente o no de ello, Gómez Angulo había tocado uno de los puntos sensibles del vestuario de la selección. La polémica que generó en el viaje de ida el hecho de que Raúl, Hierro, Luis Enrique, Nadal y Cañizares viajaran en la mejor zona del avión, dejando constancia del poder de las élites dentro del grupo, ayer parecía una nimiedad carente de sentido. La eliminación de la selección de la Copa del Mundo a manos de Corea del Sur, equipo al que Camacho definió como 'un Numancia' por su escaso nivel, ridiculizaba toda rencilla de egos. Para anular toda disputa, Gómez Angulo decidió apoltronarse donde lo habrían hecho Hierro y sus lugartenientes.
Todos los empleados del hotel de Seobu madrugaron ayer para despedirse de la selección española en una mañana de lluvia torrencial en la costa meridional de Corea. Abrazado sucesivamente a Cañizares, Helguera y el resto de los jugadores, el surcoreano Toni Joo se despidió ayer de la plantilla en el aeropuerto de Busan y no pudo reprimir el llanto. Contratado como guía por el comité organizador, Joo había convivido con el equipo durante un mes y no fue el único nativo que expresó su dolor por la eliminación del equipo. Uno a uno, con cara de dormidos tras despertarse a las 4.00 de la madrugada, los futbolistas fueron subiendo en silencio al Airbus 340 de Iberia que los devolvió ayer a España.
El aparato atravesó la tormenta monzónica y estabilizó su altura a 13.000 metros sobre el nivel del mar amarillo antes de alcanzar la velocidad de crucero. En el primer compartimento del avión viajaron Gómez Angulo y los ejecutivos de la Federación, en el segundo los jugadores, en el tercero los familiares de la plantilla, los técnicos y los cocineros.
Helguera dio sus habituales paseos por los pasillos para paliar su terror atávico a volar mientras el resto se entregó a dormir o miró alguna película. Snow Dogs, una comedia con Scuba Gooding, y Día de Entrenamiento, un thriller policíaco que mostraba a un bisoño Ethan Hawke metido en las cloacas del departamento de Policía de Los Ángeles de la mano de Denzel Washington, amenizaron la travesía y distrajeron a los jugadores. Nadie quería hablar de fútbol y menos del Mundial que acababan de dejar atrás como un sueño absurdo. Los jugadores se sentían engañados por la FIFA. En contra de analizar el juego mostrado a lo largo de los cinco partidos disputados, los miembros del plantel prefirieron darle vueltas a la teoría de la conspiración: ¿Leo Kirsch, dueño de Bertelsman y propietario de los derechos de retransmisión de este Mundial y el próximo, o el enigmático señor Chung, dueño de la Hyundai y aspirante a presidente de Corea? ¿Intereses alemanes o necesidades políticas coreanas? ¿Qué diablos hizo que tan maravillosa generación de futbolistas españoles estuviera sobrevolando Mongolia en lugar de preparar la semifinal en Seúl?
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