Bailando con chotos
A eso de las siete, una avanzadilla de sindicalistas, que desde las cero horas del 20-J, patrullaba por uno de los polígonos industriales, con munición de bocadillos de mortadela y tortilla de patatas, auparon al más veterano de los asalariados por encima de sus cabezas, para que ojeara las cúpulas del régimen. El más veterano escudriñó minuciosamente aquella agresiva panorámica, y luego hizo un gesto para que lo depositaron en el suelo. ¿Qué?, inquirieron sus impacientes compañeros. Con una sonrisa triunfal anunció: 'Sencillamente, no ha habido Pío Cabanillas'. Vaya, así que los mendas continúan de farol. Y como de ministro portavoz del Gobierno abajo, ninguno, Alicia de Miguel leyó apresuradamente la chuleta que le pasaron, con unas cifras tan pintorescas, que, sin duda, se compadecían más con las de la lista de la compra de la verdulería, que con las del seguimiento de la huelga. Por eso no pormenorizó detalle ni dato alguno. Hubiera sido garrafal. Se imaginan: tomates, 3,24; cebollas, 2,15; pimientos, 1,47, y así hasta un total de 10,20. ¿Euros, no? ¿Euros?, pero, ¿qué dice, usted?, si es el tanto por ciento de la bajísima incidencia del paro en nuestra Comunidad, o sea, la aritmética adjudicada por mayoría a esa 'expresión de la realidad social' diseñada por el Consell. Un poco más de cálculo y te sirven el piquete en milésimas. Como el Consell anda tan desenfocado, que hasta el TSJ tuvo que ajustarle los espejuelos, los sindicatos convocantes han iluminado tanta cortedad de miras, en un gesto generoso, aunque muy probablemente inútil. Ahora, Joan Ribó pide la dimisión de Alicia de Miguel, por sus deficiencias, mientras a Zaplana no le tiembla el pulso de héroe de TBO, pero se le achicharran los argumentos.
Por descontado, el cronista renuncia a entrar en la disparatada batalla de números y porcentajes aprendidos de carrerilla, por los aplicados ministros y sus segundos. Ya se divirtió lo suyo escuchando a Arenas y Rajoy, en un su letanía de cuaderno de vigilancia policial. Sabe muy bien que se limitaban a recitar, sin ningún recato y sin demasiada convicción, el papel que les habían encomendado. El cronista, como nunca se lo planteó en términos deportivos, ni siquiera sabe quién ha ganado. Sabe quién ha perdido. Y desde luego no han sido los trabajadores: ya no podían perder más, después de un decretazo urdido a la sombra de la democracia orgánica. Sabe también que antes de la huelga general, el propio Gobierno, es decir, Aznar, se había lanzado, en caída libre, a la práctica del autoritarismo, de la coacción, del desprecio, de la histeria y de la mentira, en una operación de desgaste, hasta estrellarse en una huelga general a la que han pretendido minimizar y anular, con artimañas antidemocráticas y patéticas: a esta sociedad ya no se la puede infravalorar como en otras épocas. Se ha ganado el derecho de votar hasta la ranciedad.
¿Diálogo social? Es necesario. Pero respetando las distancias. Los sindicatos, y la clase trabajadora, saben muy bien quién está enfrente. Un Antonio Machado, testigo poético de esta confrontación, hubiera escrito: Obrerito que llegas al mundo, guárdete Dios, una de tantas patrañas ha de helarte el salario de tramitación. Por fortuna, la huelga general se ha impuesto.
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