Disfrute pirenaico
UN GRUPO de amigos dedicamos una semana el verano pasado a recorrer un tramo leridano del conocido GR-11, sendero señalizado que discurre por el eje pirenaico desde el Cantábrico hasta el Mediterráneo. Comenzamos el viaje planificando el itinerario y confeccionando una lista con todo lo necesario para llevar en la mochila, procurando reducir el peso al máximo. A partir de ese momento, la mente se inunda de excitación imaginando cómo transcurriría el viaje.
La llegada a Benasque, auténtico Benidorm de montaña por donde campan especies diversas de montañeros y menos montañeros, espolea el deseo de echar a andar cuanto antes y desconectar del mundo cotidiano por unos días.
Un tiempo claro y soleado acompaña nuestros primeros pasos bajo macizos de los que penden neveros dormidos. Bordeamos lagos de montaña: espejos de quietud, solitarios, azules como el cielo. Paso a paso, siempre subiendo, nos adentramos en el reino de la piedra y la nieve, allí donde el colorido de las flores que nos acompañaban pasa a ser un recuerdo. Por fin, llegados al collado, la vista se deleita al recorrer el sinfín de picos que nos rodea. Estamos inmersos en una cordillera. Ahora toca bajar al refugio.
Se suceden los días, collado tras collado, con la única preocupación de qué comer y dónde dormir; el resto es disfrutar. Olores, colores, el viento que sopla en altura, amenazas de nubes que a veces se cumplen. Dormir al aire libre, abrir los ojos y encontrarse con el parpadeo de las estrellas. Cruzamos el circo de Colomers, el mayor de todo el Pirineo, salpicado de lagos excavados en la roca por el hielo. En Aigües Tortes nos adentramos por bosques donde los árboles todavía mueren de pie, la vista inundada del agua saltando en arroyos cantarines.
Ahora, de nuevo en casa, continúa el viaje. Castigado el cuerpo y oxigenada la mente, las sensaciones y los recuerdos vuelven una y otra vez, considerándome afortunado de tener amigos con los que poder compartirlos.
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