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Columna
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Huelga. ¿Qué huelga?

Fernando Vallespín

La política es el único lugar en el que no parece regir el principio de no contradicción. Como hemos podido ver en estos dos últimos días, un mismo fenómeno puede ser presentado de forma antagónica sin que nadie se inmute. Esto sería relativamente normal si nos refiriéramos a la evaluación de una determinada realidad, pero llega ya a lo extravagante cuando se aplica a su misma descripción. ¿Cómo es posible que en una manifestación puedan participar 15.000 personas para algunos y más de 100.000 para otros? ¿O que el índice de eficacia de la huelga oscile entre el 17% de unos y el 84% de otros? Insisto, me refiero a los hechos, no al juicio que provocan. Aunque a nadie se le escapa que, en política, los hechos crudos no existen. Siempre tratan de presentarse conectados a alguna intencionalidad. Ya lo decía el sabio Epicteto cuando afirmaba que 'no son los hechos los que estremecen a los hombres sino las palabras sobre los hechos'.

Más moderna y fríamente diríamos que la cuestión decisiva es la creación de realidad, la batalla de la imagen. Y en eso es difícil batir al Gobierno cuando saca su armada mediática. Ésta fue eficazmente empleada, primero, para desprestigiar a la huelga cuando fue convocada. El argumento era que no había razones suficientes que justificaran un recurso tan extremo. Sólo podía entenderse como una estrategia puramente política para debilitar al Gobierno (como si sus medidas de política laboral que la provocaron fueran estrictamente técnicas). Luego, al comenzar a tener datos de que, en todo caso, no sería una huelga de éxito total e indiscutido como la del 14-D de 1988, aprovecharon para vincularla íntimamente a Zapatero. Si habían decidido que los sindicatos serían los perdedores, ¿qué mejor estrategia que arrastrar a la oposición en su caída? Por último, el mismo día 20-J nos desayunamos con la noticia de que no había tal huelga o de que su incidencia era mínima. Si no hay más realidad que aquella que aparece en los medios, desde luego casi consiguieron su propósito.

Lo más interesante de esta huelga es, a mi juicio, que se ha convertido en una magnífica metáfora de las patologías de la política democrática actual. No es demasiado exagerado afirmar que hoy la mayoría de los procesos políticos se han puesto al servicio de la lógica del sistema económico. Los recortes de derechos laborales se presentan así como un imperativo sistémico necesario que no admite lecturas alternativas. Si lo que deseamos es mayor competitividad (el fin último sacralizado) no hay más remedio que aplicar determinadas políticas canónicas. No es algo que podamos dejar al albur de las negociaciones entre las partes afectadas. Debe decidirse siempre bajo supuestos criterios técnico-económicos libres de interferencias político-democráticas. ¡Caiga quien caiga! Como bien dice Emmanuel Todd, el rasgo central de este aspecto del pensamiento único es, pues, la 'glorificación de la impotencia'. ¿Cabe algo más memorable para el poderoso que esta descarada cancelación de toda puesta en cuestión de su poder?

El auténtico enemigo es así quien ose afirmar que cabe algo distinto de lo existente, que otro mundo es posible, por valernos de la consigna de los antiglobalizadores. Lo que se trata de secuestrar es el pluralismo en las lecturas de la realidad, algo que debía asegurar el juego Gobierno / oposición. Y por si no tuviéramos bastante con el discurso legitimador que ofrece la globalización económica, ahora la nueva cantinela es la 'crisis de la socialdemocracia'. O sea, que hay que hacer enmudecer también o desprestigiar la voz de aquella parte de la política sistémica que al menos manifestaba cierta mala conciencia ante el unilateralismo y uniformismo de la política actual.

A nadie debe extrañar entonces, como ocurrió el día 20, que se niegue la realidad cuando no se ajusta a una determinada imagen preconcebida. Si los hechos no les dan la razón, ¡peor para los hechos! El poder de la mayoría absoluta de Aznar no se limita a la capacidad de decidir políticamente. Quiere monopolizar también la construcción política de la realidad.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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