Mojar la cama

Suelo leer los textos de los oyentes a las cinco o las seis de la madrugada. A esa hora uno está muy solo y muy sensible, y llora cuando encuentra una pieza genial. Aquel día leí tres piezas geniales seguidas y lloré, como es lógico, tres veces. Mientras me secaba las lágrimas, pensé que aún no había dado las gracias a la audiencia por ser tan generosa, de modo que fue lo primero que hice el viernes siguiente. No lloré en antena para no parecer flojo, pues vengo luchando desde que comenzamos el espacio por dar una imagen de hombre duro que ha empezado a calar, pero hice algunas reflexiones acerca de la gratitud y de la ingratitud. Seguramente somos más perezosos que mezquinos, aunque el resultado es el mismo. Muchas veces, por no levantar el teléfono, perdemos la oportunidad de dar las gracias a alguien que ha hecho algo bueno.

Al hilo de estas reflexiones pedí que nos escribieran cuentos relacionados con la gratitud. A la madrugada siguiente, al abrir el ordenador, tropecé con el titulado Hermanos, de Mercedes Fullea, y lloré una vez más. No recuerdo haber leído grandes relatos sobre el asunto de mojar la cama, pese a que constituye una preocupación obsesiva para muchos niños. De adolescente, fui a un campamento con mis compañeros de clase. Mi mejor amigo mojaba la cama y me lo confesó aterrorizado, pues temía que su secreto fuera hecho público. Le recomendé que no bebiera después de las tres de la tarde y que no comiera nada que contuviera líquidos. Por las noches, como siempre he tenido el sueño ligero, le despertaba varias veces para que fuera al baño. No mojó la cama un solo día de los quince que duró el campamento. En realidad, se curó, aunque quizá estuvo a punto de deshidratarse.

Luego leí Roco, de Raquel Rodríguez Hortelano, y tuve que levantarme de la silla y pasear un poco por la habitación para digerirlo. A primera vista, parece un cuento amable, pero en el fondo es terrorífico. Ese 'fotógrafo anónimo' puede ser también un voyeur. Imaginen que en el coche, en vez de un perro, hubiera habido un niño. No sabemos si el cuento firmado por Uxío Broullón, El pollito amarillo, es bueno o malo. De ser bueno, es muy bueno; de ser malo, es muy malo. Decidan ustedes. A mí me dio miedo, aunque no conseguí explicar por qué. Dejo el resto a la consideración de ustedes por falta de espacio, pero todos tienen algo por lo que valen la pena. No se los pierdan. Y gracias por leernos.

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