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LA VENTANA DE MILLÁS

Amor silente

Creo que ésta será la última vez que te dé las gracias. Posiblemente no recuerdes cuál fue la primera. Yo sí. Hace mucho tiempo, bajábamos juntos en el ascensor de la escuela donde estudiábamos y te fijaste en que llevaba el cuello del gabán descolocado. Te acercaste y con las dos manos me agarraste por las solapas y me atrajiste con fuerza hacia tu metro cincuenta, al mismo tiempo que liberabas una de las puntas hasta dejarlas simétricamente ordenadas. Todo transcurrió en unos milisegundos de esos que aparecían en los ejercicios de clase, pero su efecto duró casi once años. Cada vez que me embutía en una prenda de abrigo no podía evitar darte las gracias por aquel instante de dulzura. Hoy será la última vez, me cuesta trabajo aceptar la idea de que has permanecido impasible a todo mi caudal de gratitud, a toda la fuerza de mis pensamientos, a todo el tiempo de proceso cerebral que te dediqué, pero debo aceptarlo. Te vi ayer, se lo estabas haciendo a tu marido.

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