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Verbo sur | NOTICIAS
Columna
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El arte de escribir mal

HAY QUIEN culpa a las malas traducciones que Arlt leyó de la obra de Dostoievski, y que constituyeron la base de su formación literaria, por su descuido a la hora de respetar las buenas formas de la ortografía y la gramática. Hay, sin embargo, otras versiones que defienden la idea de que había una suerte de opción por parte del autor, aunque más no fuera por omisión, de llevar adelante ese descuido que tantas críticas le ha valido. ¿A qué pudo deberse esa opción?

Arlt nació y vivió su infancia en la pobreza. Argentino de primera generación, hijo de inmigrantes de lengua no castellana, y con una deficiente preparación formal, no es de extrañar que al asomarse al campo de las letras haya sufrido el desdén de los jóvenes cultos de la época, representantes de un arte minoritario que parecía detentar los derechos de la tradición literaria. Tampoco es de extrañar que, ante semejantes humillaciones, Arlt haya decido enarbolar sus deficiencias de estilo como bandera de lucha, como manifiesto en contra de aquellos que lo despreciaban. Pero hay más que eso.

A propósito de la obra del narrador argentino Roberto Arlt

En el prólogo a la edición española de El juguete rabioso (Bruguera, 1979), Juan Carlos Onetti comenta la forma en que Arlt se reía de sus remilgados colegas: con risa abierta, sin ironías ni comentarios mordaces. 'Las burlas de Arlt', comenta Onetti, 'no tenían relación con aquellas previsibles y rituales de las peñas o capillas literarias. Se reía francamente..., no atacaba a nadie por envidia; estaba seguro de ser superior y distinto, de moverse en otro plano'.

Arlt sentía un desprecio soberbio y, por tanto, sincero hacia los grupos que defendían una u otra manera de ejercer la literatura. Por una cuestión de oposiciones, en el marco de las polémicas que agitaron la vanguardia porteña de los años veinte, fue colocado en el grupo de Boedo, el más identificado con el compromiso social, y el cual se enfrentaba a los esteticistas del grupo de Florida. Pero su sitio tampoco era ése. No era lo social lo que lo comprometía, sino la propia gente. No era hombre de grupos sino de personas, de seres individuales y de miserias individuales, con la ciudad -su ciudad- siempre de fondo. Conocía como nadie la ciudad de Buenos Aires, y como nadie supo contarla. Quien la haya recorrido y haya sabido leerla comprenderá por qué hay que escribirla mal si se la quiere escribir bien. Ciudad de sintaxis caótica, de gramática misteriosa y cambiante. Ciudad repleta de faltas de ortografía, cuyo ritmo describió Martínez Estrada alguna vez como una sensual combinación de corridas de toros y peleas de cuchillo, y que alguien ha comparado con esa histeria demoledora que en algunos sitios, como en Nueva York, se confunde a veces con energía.

Es cierto en el sentido estricto: Arlt escribía mal. Pero me pregunto si se puede ser estricto en este caso. ¿Qué es lo que define el buen escribir? ¿El hábil manejo de la ortografía y de la gramática? Me lo pregunto y no puedo evitar pensar que cualquier simio bien entrenado puede aprender a manejar un conjunto dado de reglas, que debe haber algo más que el buen manejo de la técnica en la delimitación del concepto. Entonces pienso en esa sensación tan nítida pero tan impronunciable con la que me quedo luego de haber leído un texto que, de una u otra manera, ha sabido llegarme. Algo que está en su sustancia, en la voz que otorga carácter a esas palabras. Porque se puede aprender a manejar bien un lenguaje, pero no se puede aprender a tener algo para decir, ni tampoco a decirlo con una voz que llegue a quien lo oiga.

Dice Onetti que los argumentos de los que afirman que Arlt escribía mal son irrebatibles. 'Nos ha sido imposible abrir un libro suyo y dar a leer el capítulo o la página o la frase capaces de convencer al contradictor. Desarmados, hemos preferido creer que la suerte nos había provisto, por lo menos, de la facultad de la intuición literaria, y este don no puede ser transmitido... En este terreno, poco pueden moverse los gramáticos, los estetas, los profesores. O, mejor dicho, pueden moverse mucho, pero no avanzar'.

Javier Argüello (Santiago de Chile, 1973) es autor de Siete cuentos imposibles (Lumen).

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