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El rival es Corea, no el árbitro

Santiago Segurola

Un mal endémico del fútbol español es distraerse de sus objetivos con cuestiones periféricas, como el papel excesivo que se atribuye a los árbitros, coartada perfecta para explicar todos los males. El asunto se ha extendido al Mundial, donde la obsesión española por los árbitros no es justificable. Hubo una desproporción enorme entre las críticas que emitió Camacho sobre el árbitro del encuentro con Irlanda y la realidad de su actuación. Excepto un fuera de juego mal señalado, su trabajo fue impecable. Por eso sorprendió la virulenta reacción del entrenador español, que fue contenido por sus jugadores en el mismo campo, cuando se dirigía a voz en grito contra el árbitro.

No hay una conjura contra España, como parece deslizarse desde algunos sectores. La selección ha pagado muy pocos errores arbitrales y se ha beneficiado de decisiones más que discutibles. Por ejemplo, de un penalti sobre un delantero esloveno que se pasó por alto cuando España ganaba 2-1. En el balance general, no ha contado con el trato de favor que ha recibido Brasil, ni con la enemiga que ha sufrido Italia. Por lo tanto, este victimismo por adelantado no se corresponde con la realidad de lo que ha sucedido con la selección española. El problema surge cuando, en esta situación, el tema arbitral se eleva sobre cualquier otro. Es un pésimo síntoma porque se entra en el terreno de las excusas antes de que se prueben los hechos.

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En el entorno de la selección se ha establecido la idea de que Corea va a ser beneficiada. Tras el partido con Irlanda, Camacho deslizó públicamente que temía a los coreanos porque se les estaba allanando el camino, como por lo visto le habían allanado el partido a los irlandeses. Aunque estas manifestaciones forman parte de las pequeñas batallas estratégicas que habitualmente se libran antes de los partidos, y sobre todo en España, no estaría demás un poco de respeto por el torneo. Resulta paradójico que la Federación se ofenda en España cuando se cuestiona la honorabilidad de los árbitros, y ahora se sume a la teoría de la conspiración, no en voz alta, pero sí agitando esa idea en ciertos corrillos.

Que hay árbitros incompetentes, no hay duda. Que el árbitro del Corea-Italia se equivocó gravemente en la expulsión de Totti, tampoco. Pero a España no le conviene entrar en la paranoia de una maquinación contra la selección. Primero porque hasta ahora no ha ocurrido; segundo porque siempre debilita al equipo la sensación de que hay un rival superior al que tendrá enfrente. O sea, el árbitro. Y cuando un equipo juega contra el árbitro se equivoca de rival. El adversario es otro. Conviene no distraerse pensando lo contrario.

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