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LA CRÓNICA
Columna
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¿Harán huelga los pájaros?

Tarde del miércoles. Un tren de los Ferrocarils de la Generalitat se dirige hacia Sabadell. Por la ventanilla, fotogramas de un paisaje de casas adosadas, chalets con parabólicas apuntando hacia el Mundial, merenderos y, en el cielo, manadas de golondrinas que, atontadas por el calor, sobrevuelan este frondoso desorden. Un pasajero le pregunta a otro: '¿Harás huelga el jueves?'. Y su interlocutor responde: 'Sí: me iré a la playa'. En un asiento contiguo, dos magrebíes ponen cara de no saber lo que es el derecho de huelga. Bastante tienen con intentar adaptarse a los entresijos de un derecho al trabajo tan discutible como las condiciones de su contratación.

La última vez que trabajé como empleado por cuenta ajena, uno de los trabajadores de la empresa se sorprendió cuando le conté que el día de huelga general se descontaba del sueldo. '¡Sí, hombre, y qué más!', me respondió. Algo le está ocurriendo al derecho de huelga para que la gente desee marcharse a la playa o piense que no hay que descontarla del sueldo y para que no podamos hacer nada para discrepar de unos sindicatos y de una patronal subvencionados. La ventaja de ser autónomo es que esas cosas te afectan menos. Nosotros no tenemos ningún derecho. Así es más fácil. Te limitas a pagar impuestos y cotizaciones a un precio abusivo por lo que te dan a cambio y, si te pica, te rascas. Y no se te ocurra quejarte porque te dirán que eres un privilegiado, ya que no tienes jefe ni horarios y eso no tiene precio. De vez en cuando, sale algún político prometiendo que resolverá la situación de los millones de autónomos del país y luego se vuelve a su casa, tan campante.

Me pregunto: si la selección española tuviera que jugar el jueves, ¿los sindicatos también la obligarían a hacer huelga?

¿Los pájaros harán huelga?, me pregunto mientras observo el vuelo errático de un par de golondrinas que insisten en acercarse al tendido eléctrico que bordea la vía del tren. Quizá estén pensando en suicidarse o se trata de un piquete ensayando una maniobra informativa para el jueves. En el Catàleg dels ocells dels Països Catalans, que acaba de publicar Lynx Edicions, su autor, Jordi Clavell, cuenta cosas interesantes sobre los pájaros. En la página 146, se habla de la tórtola del Senegal y de la cotorra de Kramer, dos especies no autóctonas que, de vez en cuando, se dan un garbeo por la costa mediterránea. ¿Cómo resolverán los pájaros los problemas de inmigración? Cuando cambia el clima o les falta el alimento, se desplazan buscándose la vida. Digo yo que tendrán que elegir bien su nido y que, como es lógico, los barrios residenciales ya estarán ocupados y tendrán que conformarse con lo no quieren los pájaros de aquí. Si se pasan un pelo, les apedrearán o saldrán a perseguirlos con una escopeta, o los freirán para comérselos. Si son discretos, se integrarán, que es lo que se les pide sin pensar que la integración se cotiza a un precio demasiado alto.

El tren llega a Sabadell-Rambla. El calor invita a dar un paseo. Un ritual improvisado me lleva a lugares clásicos. Primera parada: el Viena, donde compruebo que la interpretación del fast-food local sigue teniendo éxito. Una fotografía anuncia: 'Descobreix les flautes Viena, calentes amb tomàquet'. En la calle, el tomate y la calentura son omnipresentes y dan lugar a un espectáculo que podríamos titular Anatomía y moda. Segunda parada: el Kafé Kafka. Junto a la puerta, invadiendo la acera que da al mercado, una pizarra provocadora: 'Aquí NO veuràs el mundial'. En el interior se respira un clima adolescente, de media luz y grupitos de estudiantes con apuntes sobre la mesa, comparando la musiquilla de sus móviles. Una chica presume de tener el himno de EE UU. Tercera parada: La llar del Llibre, donde compro (nueve euros) el último libro de Anna Aguilar-Amat (tantas as deberían ser motivo de estudio por parte de Màrius Serra), titulado Música i escorbut. Me siento en un banco y me lo leo de un tirón. Levanto la cabeza: pasan avionetas camino del aeoródromo. Vivir en una ciudad con tradición aeronáutica hace que tengas que mirar el cielo a menudo. Eso es una ventaja. La desventaja es que, el día que pasan para fumigarte con gas mostaza, te crees que son las simpáticas avionetas de siempre. Tambien pasan golondrinas sin derecho a huelga. Leo: 'Avui, un programa infantil m'ha recordat,/ o potser m'ha ensenyat, com volen els avions./ Per la forma de l'ala, l'aire que passa per damunt/ és més veloç i, així, té menys pressió que l'aire que/ hi ha sota'. Cuarta parada: el patio interior de la Casa Taulé, sede de la Alliance Française, una asociación que es a la cultura francófona lo que el poblado de Astérix al furor expansivo de los romanos. En el vestíbulo, el director, Robert Ferrer, ha instalado un ramo de flores kitsch con, además de pétalos, retratos de futbolistas de la selección francesa. Es una forma elegante de llamarles capullos. Hablamos de Francia. Hace unas horas, después de ser eliminados del Mundial que tanto aborrecen en el Kafka, el jugador Thuran ha dicho que Francia perdió porque pecó de complejo de superioridad y no tuvo en cuenta a sus rivales. Que deberían haber tenido más humildad y respeto por sus adversarios. Y luego no puede continuar porque la voz se le rompe de emoción o de rabia. Chapeau. Si la selección española tuviera que jugar el jueves, ¿los sindicatos también la obligarían a hacer huelga?

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