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La jungla electrónica

Dos libros desvelan los misterios y las aristas polémicas del 'techno' y el 'house'

Diego A. Manrique

Paradoja: la electrónica de baile es una de las músicas más difundidas del planeta, pero tiene un bajísimo perfil mediático. Como nace por y para las pistas de baile, sólo se explica en aislados programas especializados de radio y televisión. Por el contrario, recibe ataques de las autoridades y los medios de comunicación cuando ocurre alguna muerte en sus eventos multitudinarios. Dos libros recientes, Estado alterado y Loops, explican, respectivamente, el impacto social de la cultura del house y el éxtasis y la historia de estas músicas.

Estado alterado (Alba) está escrito por los periodistas británicos Matthew Collin y John Godfrey. Aunque busca las raíces de la simbiosis de las drogas y la música en Estados Unidos (movimiento psicodélico, la disco music), se centra en el Reino Unido de Margaret Thatcher y John Major, opuestos a la ideología del hedonismo comunitario. Desde finales de los ochenta, inspirados por el libérrimo ambiente de Ibiza, pinchadiscos británicos predicaron el evangelio del acid house, una música que con ayuda del éxtasis se convirtió en un fenómeno de masas. Y que hizo sonar todas las alarmas cuando desbordó el ámbito de las discotecas y se expresó en raves, alborotadas reuniones más o menos ilegales que tenían lugar en el campo o en edificios abandonados.

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Fue esta ruptura de lo convencional, azuzada por una prensa sensacionalista, lo que puso en pie de guerra al establishment británico. Las radicales medidas prohibicionistas que se discutieron en España tras sucesos como los de Málaga ya fueron puestas en práctica por políticos y policías del Reino Unido. Estado alterado se lee como una novela cuando describe la puesta en marcha de una legislación represiva, que penalizaba el house y derivados, y el enloquecido juego del ratón y el gato entre policías y ravers.

Las fuerzas de la ley ganaron la batalla con perseverancia, enormes gastos, ingenio tecnológico y una brutalidad nunca vista allí desde la huelga de los mineros. Pero las multas, las incautaciones de equipos y las exageradas penas de prisión cayeron sobre un movimiento que ya estaba entrando en la fase de resaca. Se sabe que los rendimientos del éxtasis disminuyen con su abuso y entraron en escena drogas como la heroína y la cocaína, que atrajeron a unos elementos criminales que se burlaban de los ideales de los consumidores. Con el acoso a las tribus de nómadas techno y la imposibilidad de montar raves incontrolados, la música de baile volvió a las discotecas, como motor de una potentísima industria del entretenimiento que tiene como bandera al imperio de Ministry.

Aunque enjaezada y estrictamente vigilada, la música electrónica bailable no ha dejado de crecer y subdividirse en el Reino Unido, que sigue ejerciendo su papel de irradiador de tendencias. Para moverse por esa jungla, donde abundan el secretismo tanto como el fanatismo, es indispensable Loops. Una historia de la música electrónica (Mondadori), dirigido por Javier Blánquez y Omar Morera, que reúne aportaciones de una docena de expertos españoles y foráneos. Loops no se limita a las formas bailables: abarca desde Luigi Russolo y otros pioneros hasta la penúltima moda sonora de Londres o París.

Loops evita los prejuicios y las afirmaciones de hegemonía musical. En la primera parte, estudia todos los afluentes que han desembocado en el impetuoso río actual. La fascinante -y finalmente decepcionante- trayectoria de los alemanes Kraftwerk recibe tanta atención como los inspirados experimentos de los intuitivos maestros del dub jamaicano. Stockhausen se codea con Brian Eno, las andanzas de los terroristas sonoros de Whitehouse son seguidas por la apasionante crónica del nacimiento del hip hop en Nueva York.

El grueso de Loops está consagrado a la ascensión de la música electrónica hacia su inmensa popularidad actual. Son instructivos los capítulos dedicados al house, el techno, el ambient, las músicas negras británicas (del jungle al 2 step), las fronteras de la experimentación, las tendencias que bajan la palpitación rítmica y la confluencia entre electrónica y rock tras años de suspicacias. Especialmente provocadoras son las reflexiones sobre el concepto de la remezcla, que el escritor Jeff Noon reivindica como práctica artística general: en el tiempo presente, el autor debe asumir que ha perdido el control sobre la reproducción de la obra e, inevitablemente, sobre su versión definitiva, que puede ser reconstruida con su permiso o por las bravas.

Los 12 mandamientos

Loops incluye un fascinante prefacio a cargo de Simon Reynolds, periodista inglés cuya aportación es un listado comentado de 'los principios fundacionales que dan a la música electrónica de baile su coherencia como campo cultural definido'. Son 12 puntos, desde la muerte del autor hasta la especificidad del espacio para experimentar esas músicas; con una pirueta, termina su texto rebatiendo varias de sus propias propuestas. Sin embargo, Reynolds no encuentra argumentos para discutir su afirmación de que 'la música electrónica de baile está íntimamente ligada a la cultura de las drogas'. Aunque también menciona el caso de otras músicas modificadas -según él, las producciones del soft rock californiano reflejan que se trabajaba con cocaína-, termina reconociendo que 'la música electrónica de baile es única en su invención de un completo lenguaje musical de sonidos, frases y efectos que están explícitamente diseñados para disparar subidones de éxtasis, acompañar las alucinaciones aurales que induce el LSD, la disociación comatosa que causa la ketamina, etcétera'.

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