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Reportaje:CASTILLO DE ANGUIX | EXCURSIONES

El mejor lugar de la Alcarria

La fortaleza más bella de Guadalajara domina desde un acantilado el Tajo de color esmeralda represado en Bolarque

El castillo de Anguix está en un sitio tan bonito que, más que para dar leña al moro, diríase que fue construido para darle envidia, por Alá que es chulísimo, ideal de la muerte. Yérguese sobre un acantilado de más de cien metros de altura en la margen derecha del Tajo, a medio camino entre las presas de Entrepeñas y Bolarque, dominando un curvo cañón que lo ciñe a guisa de foso por todas partes menos por la de poniente, donde la pina ladera se cubre de encinas y quejigos monumentales, de bojedales y fragantes romerales, y más abajo, hasta donde alcanza la vista, de campos de cereales que el sol de junio torna del color de la miel de la Alcarria circundante.

Antes debía de ser aún más bello. El cronista de Abderramán III (891-961) ponderaba la brava garganta de Q.larq (Bolarque), 'cuya anchura es de sólo siete brazas (12 metros) y su profundidad sólo Dios la sabe, produciendo el río tremendo ruido, que se oye desde lejos'. Poco después, hacia 1150, el caballero toledano Martín Ordóñez erigía por orden de Alfonso VII nuestro castillo, el cual pasaría por cien manos -incluidas las de la Orden de Calatrava, que ya poseía el cercano de Zorita- sin prestar ningún servicio señalado, salvo el de ser testigo de cómo la presa de Bolarque convertía a principios del siglo XX aquel Tajo fiero y rugidor en un remanso de agua esmeralda.

Reconstruido en el siglo XV, el pequeño castillo de Anguix tiene los años contados

No tuvo la de Anguix la relevancia histórica de otras fortalezas del Tajo, ni tampoco puede decirse que fuera un prodigio de arquitectura castrense: como mucho, un fuerte torrejón. Pero está en un sitio tan macanudo que, sólo por esto, un perito en castillos como el académico de la Historia Antonio Herrera Casado no ha vacilado en señalar su primacía en el orden estético en una provincia tan llena de ellos -cerca de cien; por algo le dijeron Wad-al-Hayara, el 'valle de los castillos'- y tan bien emplazados como los archifamosos de Atienza y Jadraque, o como los recónditos y casi ignotos de Riba de Santiuste y Zafra, que, si hay salud, visitaremos en breve.

Otra ventaja de este viejo roquero -que así se llaman los castillos que se alzan sobre altas peñas- es que su único acceso es un camino sólo apto para tractores y caminantes, así que no hay peligro de que los urbanícolas pongan cerco con sus coches a este reducto de pura Edad Media. Dicho camino nace en el poblado de Anguix, junto a la última casa a mano izquierda, y por él hay que echarse a andar después de pedir la venia a Amado, el guarda de estos montes que tienen dueño.

Media hora, a lo sumo, lleva acercarse hasta el rellano que hay al pie de la fortaleza -visible en todo momento en lontananza- a través de ondeantes mieses, entrepanes sangrantes de amapolas y bosquetes de encinas centenarias, podadas sus copas en parasol por el incesante ramoneo de las ovejas. Y diez minutos más, subir por una trocha evidente hasta la cresta caliza donde el castillo se levanta envuelto en una mezcla de silencio, soledad y altura que sobrecoge.

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Reconstruido en el siglo XV, el pequeño castillo de Anguix tiene, si nadie lo remedia, los años contados. Mucha es la ruina de la muralla pentagonal y sus torreones esquineros. El patio, un herbazal en el que bosteza el aljibe. Algo mejor se conserva la fuerte torre del homenaje, con calabozo en la planta baja y, en la primera, varias ventanas con poyos que invitan a sentarse a ver cómo el Tajo se acerca por el norte y se aleja entre los cantiles.

Para completar el paseo cabe bajar al río por unas rodadas que bordean un pinarcejo chamuscado al sur del castillo, y luego por una torrentera hasta la misma orilla, un paraje de rocas y aguas nítidas perfecto para bañarse. Y también de juncos y carrizos, de garzas y ánades, de buitres y muchas otras rapaces que anidan en el acantilado de la margen contraria. Si el del castillo mide cien metros, el de enfrente, 400. En fin: un sitio cañón.

El río Tajo, visto desde el castillo de Anguix.
El río Tajo, visto desde el castillo de Anguix.A. C.

Con bañador y guía de campo

Dónde. Anguix (provincia de Guadalajara) dista 110 kilómetros de Madrid. Se va rápido por la autovía de Aragón (N-II) hasta Guadalajara capital y luego por la N-320, desviándose poco después de Auñón por la carretera comarcal CM-2009 hacia Sayatón.
Cuándo. Paseíto de seis kilómetros (ida y vuelta por el mismo camino, incluido el descenso a la orilla del río) y unas dos horas de duración, con un desnivel acumulado de 150 metros y una dificultad muy baja, recomendable en cualquier época del año, incluso pleno verano, pues entonces puede disfrutarse del baño en el río Tajo.
Quién. Antonio Herrera Casado es el autor de Guía de campo de los Castillos de Guadalajara (Aache Ediciones), en la que se describen con detalle ésta y otras 52 fortalezas medievales de la vecina provincia.
Y qué más. No es imprescindible, pero tampoco estorba el mapa 22-22 (Sacedón) del Servicio Geográfico del Ejército o el equivalente (562) editado por el Instituto Geográfico Nacional, ambos a escala 1:50.000.
Y, por último, insistir de nuevo en que la ruta discurre por una finca agropecuaria de propiedad privada; no está vallada, pero es conveniente (y no cuesta nada) pedir permiso al guarda que la cuida, que vive justo enfrente del lugar donde arranca el camino propuesto.

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