La historia de las dos gemelas
El nacimiento de sus dos hijas gemelas, Alma y Claudia, cambió el rumbo de la carrera de Albert Costa
Todo transcurría con relativa calma hasta que en el torneo olímpico de Sydney Albert Costa recibió una llamada telefónica. No parecía nada importante. Era de su compañera, Cristina, desde Barcelona. Pero la cara de Albert comenzó a tensarse y alguna gota de sudor resbaló por ella. Cristina le contó que se había quedado embarazada y que iban a tener ¡dos hijas! Costa perdió el siguiente partido pero, junto a Alex Corretja, se colgó una medalla de bronce en el cuello en la prueba de dobles.
En aquel momento, el hecho quedó reducido a la categoría de anécdota. Pero cuando Alma y Claudia nacieron el 21 de abril de 2001 muchas cosas cambiaron en la vida del jugador de Lleida (25 de junio de 1975). Al principio, pareció que su carrera estaba tambaleándose. 'Hubo un momento', cuenta Josep Perlas, que le entrena desde hace algo más de tres años, 'en que Albert dudó de sus propias posibilidades. Pensaba que su nivel de tenis había descendido y que no podía competir con la élite actual'. Había llegado al fondo de un agujero del que debía salir rápidamente para salvar su carrera profesional.
Calidad cuestionada
Siempre se había dicho que Costa era uno de los mejores jugadores españoles de la generación actual, pero que parecía incapaz de aprovechar su calidad para ganar grandes títulos. Aunque en su palmarés figuraban 11 títulos, el mejor de todos ellos era el Masters Series de Hamburgo que ganó en 1998, y el de Barcelona de 1997. Sin embargo, desde que se impusiera en Kitzbuhel en 1999, no había logrado levantar de nuevo los brazos al concluir una final. Lo hizo, eso sí, cuando formó parte del equipo de España que ganó la Copa Davis en 2000, pero incluso allí perdió el único partido que jugó contra el australiano Lleyton Hewitt. En el Grand Slam, había disputado tres veces los cuartos de final, pero nunca había conseguido superarlos. En 1995, tuvo las semifinales en la mano frente a Thomas Muster en París, pero acabó perdiendo.
El juego estuvo siempre ahí. Las bases técnicas estaban bien aprendidas. Pero los resultados no llegaban. Sin embargo, al comienzo de esta temporada algo pareció cambiar en su cabeza. 'Fue un largo y duro trabajo, sobre todo psicológico.
Anteriormente, tal vez me exigía demasiado en los partidos y eso me creaba una presión suplementaria que me atenazaba. Pero ahora entiendo que además del tenis hay otras muchas cosas importantes. Y me siento como liberado', explica.
Sus dos gemelas fueron la causa fundamental del cambio mental que se produjo en su cabeza. Ellas, tan pequeñas, tan indefensas, tan dependientes aún de sus padres, convirtieron a Albert Costa en un jugador mejor. 'Si pierdo un partido no se convierte en una tragedia', confiesa Costa. 'Y dentro de la pista me siento más tranquilo, más capaz de todo, más dispuesto a darlo todo, y me concentro mejor'.
Así que gracias a sus hijas, Costa elevó el listón de su carrera profesional y estuvo dispuesto para avanzar otro paso. Cuando llegó al torneo de Roland Garros ni siquiera miró el cuadro, consciente de que el camino estaría lleno de dificultades: Hewitt, Kuerten, Corretja. Las fue superando hasta llegar a la final. Y allí dio su mejor golpe: ganó a Ferrero, se proclamó campeón, y de una tacada dio una nueva dimensión a su carrera y entró, por méritos propios, en la historia del tenis español.
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