Vallas
El concejal de IU en el Ayuntamiento sevillano, Luis Pizarro, ha comparado el actual estado de su ciudad, sede de la próxima cumbre europea, con un campo de concentración. Las vallas que rodean el Palacio de Congresos, donde se reunirán, y el hotel Alfonso XIII, donde pernoctarán los líderes europeos, parecen efectivamente haber convertido a Sevilla en un lugar de excepción, en un ámbito cercano a una fortaleza asediada. Aquellos que hayan sufrido en sus vidas la cárcel o la experiencia concentracionaria podrán pensar que las palabras de Pizarro son una cruel ironía de la historia o simplemente una provocación. ¿La cumbre de los países más democráticos del universo equiparada con un campo de concentración?
Algo de razón puede que tenga el portavoz de izquierda, aunque en este caso las vallas y las telas metálicas no sean para encerrar al disidente sino, cruel sarcasmo de la globalización, para defender al dirigente del ciudadano. Los kilómetros de vallas, se mire como se mire, han convertido a la ciudad, símbolo y esencia de la democracia, en un campo, en un nuevo nomos biopolítico, como apunta el filósofo Agamben, donde lo que prima no es la convivencia y el encuentro de todos sino el aislamiento y la ruptura del político frente al representado. Mil razones de seguridad se aducirán para instalar las vallas, pero todo ese millar no podrá nunca imponerse sobre la única razón que da sentido a una ciudad como es la de ser patrimonio democrático de sus ciudadanos.
Cuando se expulsa a los manifestantes ciudadanos al extrarradio de la ciudad, aduciendo etéreas razones de seguridad, y cuando los líderes europeos se reúnen en su fortaleza rodeada de vallas (¿electrificadas en el futuro?) se está cultivando que la ciudad deje de ser recinto de pluralidad y diálogo para devenir en campo de batalla que es lo mismo que decir de la barbarie. Cuando asistimos a renacidos discursos contra el extraño, que así es visto el inmigrante, o a concepciones de la seguridad como valor absoluto y dominante no nos puede resultar extraño que algunos comparen nuestras cumbres europeas con un campo de concentración. Y cuando éste se refleja sobre la ciudad es que ya no hay ciudadanos sino rehenes.
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