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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otra vuelta en Francia

Tras la reelección de Jacques Chirac como presidente, los franceses acuden este domingo a las urnas en la primera vuelta de unas legislativas que se pueden considerar una tercera ronda de esas extrañas presidenciales que acabaron con la carrera política del socialista Lionel Jospin. La onda expansiva del 21 de abril, cuando Le Pen se colocó como contrincante frente a Chirac, aún perdura. Y tiene raíces. Más de una cuarta parte de los franceses, según algunos sondeos, dice compartir las ideas del líder del Frente Nacional, aunque no todos le voten.

Sería importante que Le Pen, al que los sondeos dan entre cero y cuatro representantes, no consiguiese ningún diputado, como finalmente sucedió en los comicios parlamentarios de 1997. En buena parte dependerá del juego de alianzas urgentes que deberán improvisarse tanto en el centro derecha como en la izquierda de cara a la vuelta del domingo siguiente, a la que pasan los candidatos que hayan superado hoy la barrera del 12,5% de los votos en cada circunscripción.

El resultado de la elección presidencial no ha suscitado más unidad de cara a estas elecciones. El presidente Chirac no ha logrado unir a toda la derecha en su Unión para la Mayoría Presidencial, pero las encuestas apuntan a una holgada victoria de los candidatos del centro derecha, que, según los institutos demoscópicos, y tras la segunda ronda del 16 de junio, controlaría entre 340 y 380 de los 577 escaños de la Asamblea. De ser así, Chirac, que cuenta con mayoría en el Senado, se convertiría en el presidente más fuerte de la V República. Chirac tiene tres bazas que pueden resultar decisivas: su victoria con un 82,71 % de los votos frente a Le Pen el 5 de mayo; el nombramiento de un Gobierno interino encabezado por Jean Pierre Raffarin, miembro ajeno a la habitual élite parisiense, y, sobre todo, el hartazgo de la cohabitación entre una jefatura del Estado de un signo político y un Gobierno de otro, argumento clave utilizado contra la izquierda.

La celebración de las presidenciales antes que las legislativas fue un orden impuesto por el eclipsado Lionel Jospin, confiado en que iba a entrar ganador primero en El Elíseo, y luego se aseguraría más fácilmente una mayoría para la izquierda plural en la Asamblea Nacional, justamente en contra de la cohabitación. El argumento se ha vuelto contra los socialistas, que, además, se han quedado sin dirigente y prácticamente sin programa, aunque Francia es un país que a menudo sorprende en las elecciones. De creer a los sondeos previos, los partidos representados en el antiguo Gobierno del socialista Jospin, comunistas incluidos, obtendrían entre 175 y 215 escaños del total.

La falta de campaña y de debate y la atomización política no empujarán a los franceses a las urnas con ilusión en esta primera vuelta. El resto de los europeos, a los que ha alcanzado el seísmo Le Pen, están también cansados de una cohabitación que ha impedido a París tener una voz única y clara en los asuntos europeos y mundiales. La Unión Europea se merecería una Francia normal. Aunque estos días tampoco pueda decirse que el resto de Europa ande muy normal.

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