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Mundial 2002 | El grupo de España
Columna
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Raúl, general y aguador

Santiago Segurola

Hay algo en la actitud de Raúl que explica lo que representa este Mundial para él. No es que tenga asumido el liderazgo de la selección, porque esa cuestión no se le discute desde hace tiempo. Es un desafío superior que le obliga a una actividad febril en todo lo que hace en los partidos. Puede que otras estrellas se hayan situado a la altura de las expectativas, pero ninguno ha demostrado su compleja intensidad.

Owen ha regresado con su serpenteante velocidad, Vieri impone su poderío con contundencia admirable, Ronaldo ofrece retazos del que fue, Ballack maneja los dos perfiles con facilidad y elegancia. Todos son futbolistas distinguidos que, legítimamente, aspiran a protagonizar la Copa. Pero cada uno limita su repertorio a lo que le diferencia y en la mayoría de los casos reciben un merecido trato de favor en sus equipos. Se trabaja para que marquen las distancias en los partidos.

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El caso de Raúl es singular porque está decidido a ser el hombre orquesta. No se conforma con la posición de privilegio que le concede su prestigio bien ganado. Por las razones que sean, y hay que estar atento a su instinto cuando se trata de olfatear algo bueno, parece convencido de que España tendrá un largo recorrido. Y, en el orden personal, sabe que se encuentra en el momento justo para obtener el reconocimiento que se le negó el pasado curso. Está a punto de cumplir 25 años, viene de ganar su tercera Copa de Europa, le sobra historial y tiene la declarada ambición de protagonizar el Mundial. Hace cuatro años era demasiado joven para una aventura tan compleja. Terminó enredado en el despropósito de un equipo sólo preparado para fagocitarse. Competitivo como es, probablemente sacó conclusiones muy precisas de aquel descalabro general y de su decepción particular. Cuatro años después, parece como si nada pudiera interponerse entre él y su obsesión.

Lo que diferencia a Raúl de sus pares en el estrellato es el grado de implicación en todas las áreas del equipo, incluidas las más pedestres. Por lo que se le ha visto, nada se escapa a su febril ambición. Parece mentira, pero tiene tiempo para todo. Es el general y el aguador: remata, ayuda con abnegación a tapar las fisuras del sistema, colabora en la construcción del juego, persigue a los defensas con una desesperación juvenil y no descansa hasta que los partidos discurren como él quiere. Es, en definitiva, un futbolista que no limita su área de influencia. Lo quiere todo y no está dispuesto a que nadie le detenga.

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