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Reportaje:

La Castellana, alicatada hasta el techo

El Colegio de Arquitectos exige al Ayuntamiento que paralice la remodelación y restaure la avenida respetuosamente

Alicatada hasta el techo. Tal es la expresión empleada por directivos del Colegio de Arquitectos de Madrid para definir el estado en el que ha quedado la Castellana tras su remodelación municipal. Iniciadas en la plaza de Colón hace dos años, con un presupuesto medido en decenas de millones de euros, las obras prosiguen desde el 6 de marzo a partir del paso elevado de Eduardo Dato en dirección a la plaza de Emilio Castelar. En ella termina ahora la tercera de sus cuatro fases, que culminarán en el eje que forman la glorieta de Gregorio Marañón y la plaza de San Juan de la Cruz el 21 de enero de 2003, según fuentes municipales.

Quien define la actuación municipal como 'alicatado' es Javier García Mosteiro, que preside la Comisión de Cultura del Colegio de Arquitectos de Madrid y es miembro de la Comisión de Estética Urbana, entidad mixta que vela por la protección de los principales hitos monumentales de la ciudad.

El enlosado está ya sucio y muchos de los alcorques de forja, recién instalados, se encuentran rotos

Sus argumentos, como los de semejante o incluso más subido tenor recientemente enunciados por otros directivos del colegio, han sido difundidos en un informe que subraya el carácter de jardín histórico con el que la Castellana contó casi desde sus orígenes en 1834 y que hoy, tras la remodelación criticada, considera en peligro real de desaparición, pese a hallarse legalmente protegido. El organismo colegial, que representa a 8.000 profesionales de la arquitectura de Madrid, exige la paralización inmediata de las obras del paseo de la Castellana, el trazado de un plan de restauración en regla y restituir a los viandantes los accesos a los pasos de peatones en esta vía tan enraizadamente inscrita en la historia de la ciudad.

Las críticas de Javier García Mosteiro van surgiendo a medida que camina por el andén de la Castellana, desde la plaza de Colón, cuyo paso subterráneo, que trunca el desplazamiento natural de los peatones, él desearía ver clausurado. Señala hacia el suelo: 'En la primera fase de la remodelación, hasta el cruce del paseo con la calle de José Ortega y Gasset, la actuación municipal aniquiló por completo el terrizo central que daba a la Castellana su personalidad paisajística'.

'Las iniciales losas de piedra que componían una excelente pavimentación y que se hallaban colocadas encima de la tierra también han sido sustituidas, entre la calle de Ortega y Gasset y el paso elevado de Eduardo Dato, por otras de tamaño reducido y ahora completamente sucias y, muchas de ellas, rotas', indica. Las fuentes recién instaladas ya no tienen agua. 'Pese a haberse recuperado en este trecho el terrizo arrebatado en el anterior', explica García Mosteiro, 'las nuevas losas han sido asentadas sobre lechadas de hormigón de gran espesor, que compactan e impermeabilizan el suelo y dañan irreversiblemente al arbolado'. La Concejalía de Obras e Infraestructuras, por su parte, niega que los árboles resulten dañados y que su sistema de raíces se vea afectado por la excavación, que define como 'mínima'.

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Para García Mosteiro, durante las obras han sido talados o reducidos a endeble expresión los setos que separaban los andenes y la calzada central. 'Todo ello altera la naturaleza íntima, aislada del tráfico, de la que gozó la Castellana, cuyo diseño de paseo continuo queda ahora truncado por innecesarios cruces de hasta cuatro carriles'.

Despedazadas se ven ya muchas de las forjas de los alcorques que circundan los árboles, trazados de manera irrespetuosa con la individualidad de cada ejemplar de sófora, gleditsia, pino, olmo y plátano que sobre el paseo se alzan.

Las obras ahora en marcha han consumido un presupuesto de 3.436.183 euros, según fuentes técnicas del departamento municipal de Obras, organismo al que incumbe su ejecución. Éstas precisan: 'El mantenimiento de lo remodelado no concierne a este departamento'. Y anuncian que esta semana harán público un texto impreso, profusamente ilustrado, en el que explicarán con detalle lo realizado hasta ahora. 'Hay un proyecto que fue aprobado por el pleno del Ayuntamiento y lo hemos aplicado a conciencia', afirman. Para directivos del Colegio de Arquitectos, el proyecto al que se refieren las fuentes municipales consiste sólo en 'un mero croquis y unos folios explicativos'.

'Asistimos al 'alicatado hasta el techo' de la gran avenida vertebradora de Madrid, una de las arterias más importantes de Europa', se lamentan los arquitectos madrileños consultados.

Carruajes y praderas

El paseo de la Castellana, de estilo inglés y sabor isabelino, fue abierto al ensanche de la ciudad en 1834. Por razones que se desconocen, permaneció dos décadas sin ser frecuentado por los madrileños, según cuentan Francisco Azorín y María Isabel Gea en su libro La Castellana, escenario de poder, editado por La Librería. Únicamente se puso de moda después de que una de las duquesas de Medinaceli, de nombre Ángela, lo recorriera con su carruaje. Iba precedida de trompetería, y atrajo hacia esta vía a lo más granado de la aristocracia de la corte, a la sazón los marqueses de Cerralbo, Villamejor, luego el de Salamanca, los duques de Alba, Nájera e Híjar, entre otros nobles. Al menos treinta de ellos contaron con palacios, generalmente de sabor francés, a lo largo del contorno de la ubérrima avenida, línea de apertura de la ciudad en dirección norte. Desde entonces, es uno de los ejes más definidos del proceso urbanizador madrileño. El diseño de la Castellana perseguía configurar un paisaje urbano desplegado sobre el cauce del arroyo del mismo nombre, descendente desde Chamartín, que integrara también a la ciudad las praderas naturales que contorneaban el relieve de esta magna arteria. En 1870, la Castellana contaba con 4.911 árboles, entre Colón y los Altos del Hipódromo (hoy Museo de Ciencias Naturales). Esta singularidad es la que lleva al Colegio de Arquitectos a formular la pregunta: '¿Cabe concebir la convocatoria de un concurso internacional para el eje del llamado salón del Prado y que la otra parte de la Castellana, más de dos kilómetros, apenas merezca un croquis dibujado a mano sobre dos cuartillas?'.

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