Basta de anatemas
¿Será que estamos volviendo a los tiempos en que José Miguel Ortí Bordás escribía que disidencia es sinónimo de decadencia? Hablan al unísono los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria y se diría que ha temblado la tierra gubernamental. Enseguida aparece en Moncloa el portavoz, Pío Cabanillas, ofreciendo una réplica institucional que se hubiera dicho calcada de cuando Carlos Arias Navarro se indignó a raíz de una pastoral con el obispo Añoveros y quería expulsarlo de su diócesis embarcándolo en un avión militar que esperaba en Sondica. Ahora de nuevo el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, reaparece para convocar al nuncio de Su Santidad y para instruir al embajador de España ante la Santa Sede, Carlos Abella, instándole a que comparezca y dé las quejas en el Vaticano. Es la escenificación de un conflicto que quiere sustanciarse por vía diplomática recurriendo a la cúpula de la Iglesia.
En definitiva, por parte del Gobierno de Aznar se busca a toda costa obtener de la máxima jerarquía eclesiástica una desautorización de la pastoral colectiva. En cuanto a la Conferencia Episcopal, que se encontraba afanando con la avidez habitual nuevos recursos de los Presupuestos Generales del Estado y que acababa de cantar victoria tras la obtención del ansiado reconocimiento académico para la asignatura de religión, se ha sentido tomada a contrapelo y obligada a decir con apresuramiento instantáneo que ellos no han sido, que ninguna responsabilidad les incumbe, que cada una de las diócesis es soberana y que en su sede de la calle de Añastro ni siquiera estaban informados hasta momentos antes de que se hiciera público el documento incriminado, que, muy cautos, se abstienen de objetar. Enseguida, las fuerzas políticas del arco constitucional han lanzado sus pronunciamientos. La contundencia del PP se daba por descontada, pero el compañero José Luis Rodríguez Zapatero, secretario general del PSOE, tampoco se ha quedado atrás reclamando una rectificación de los obispos y adentrándose en un jardín ajeno.
En primer lugar se recomienda evitar la ingenuidad de sentirse sorprendidos por aquello que resulta a todas luces previsible. De los obispos lo esperable es el acomodo a las situaciones de poder. Sobre todo mientras las consideran irreversibles. El examen de las actitudes del episcopado tanto a partir del 14 de abril de 1931, cuando la proclamación de la II República, como de la sublevación armada del 18 de julio de 1936 ilustra esa tendencia acomodaticia o subversiva acorde con el análisis marxista de existencia de las condiciones objetivas. Repárese, por ejemplo, en que la llamada pastoral colectiva impulsada por el cardenal primado Isidro Gomá justificaba la guerra y la calificaba de plebiscito armado, pero lo hacía con fecha de 1 de julio de 1937, cuando ya las fuerzas franquistas controlaban más de la mitad del territorio del país y tenían a su favor las mejores expectativas avaladas por la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista mientras el Comité de No Intervención mantenía a la República sin más ayuda que la lejana de Moscú.
La Iglesia, solícita durante largas décadas en sus halagos al franquismo, sólo tomó distancias apreciables cuando atisbó que se trataba de un régimen perecedero, con fecha próxima de caducidad. Entonces empezó a sintonizar con la defensa de los derechos humanos y de las libertades públicas y a tolerar que en sus niveles jerárquicos más bajos se brindara acogida a las reivindicaciones políticas y sindicales de las fuerzas democráticas. Por eso, una pastoral como la de los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria resulta reveladora. Los titulares de esas diócesis coinciden en apreciar la fuerza y las expectativas políticas de los nacionalistas, en especial del PNV, a cuyo costado prefieren, por tanto, continuar. Por eso, también, mientras esa situación de hegemonía peneuvista se mantenga los de la mitra continuarán en la misma línea, tanto en el ámbito vasco como en el del conjunto de España. La tarea de las fuerzas políticas no nacionalistas sigue pendiente, pero mientras debe preservarse el espacio para la disidencia. Basta de anatemas y aprendamos de la inexorable ley de la gravitación.
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