Gárate se sacude los complejos
El ciclista guipuzcoano supera en el Girolos traumas de un emigrante obligado por la indiferencia de los equipos españoles
Juanma Gárate, 26 años, se ha acostumbrado ya a correr por su cuenta, sin compañía a sus espaldas que corrobore la fe que sólo él se tiene. O la que le profesa su familia, novia y peña de su ciudad, Irún.
Gárate, cuarto clasificado en el Eurogiro, que acabó ayer con el triunfo del italiano Paolo Savoldelli y la sexta etapa para Mario Cipollini, sabía ya desde hace un rato que éste sería su año, lo decía y nadie le escuchaba. Ni siquiera su equipo, el Lampre italiano que le abrió las puertas del profesionalismo que le negaron en España, quiso fiarse de los pronósticos de su corredor guipuzcoano: le colocaron el lastre de Tonkov, un recambio oxidado para olvidar la marcha de Simoni al Saeco. Gárate había ayudado a éste último a ganar el Giro en 2001; en 2002 tenía que acercar a Tonkov al podio. De nuevo con deberes que cumplir, el irunés, todo disciplina y admiración por el apellido del ruso, aparcó un rato sus sensaciones esperando un guiño de la carrera que llegó bien rápido. Tonkov no iba redondo. Colocarle en el podio sería milagroso, y eso pese a las sucesivas eliminaciones de los candidatos, fulminados por diferentes asuntos relacionados con el dopaje. Gárate se ganó entonces el crédito suficiente para hacer su Giro, donde se ha desprendido de uno de sus pequeños traumas.
A finales de 1999, el irunés se había convencido de que su futuro pasaba por afanarse sobre una mesa de dibujo, ganándose el sueldo como delineante. Su representante, José María Eceiza, acababa de cerrar una ronda frustrante de consultas con los directores españoles: ninguno tenía sitio para el guipuzcoano, aunque éste fuese tan eficaz en los puertos como contra el reloj. Eceiza, encargado de contratar equipos italianos para la Vuelta al País Vasco, se reservaba su amistad con un par de directores para colocar a su representado. Pietro Algeri se lo llevó al Lampre sin hacerse demasiadas preguntas y atendiendo al razonamiento de Eceiza: ¿Dónde encuentras a un escalador que también destaque contra el reloj?
Gárate es como es por pura obstinación, por esa ilusión que exhibe desde que un médico le montó sobre una bicicleta para recuperarle un pie maltratado por el fútbol. La terapia fue una revelación para Gárate, que dejó el fútbol y se puso a dar vueltas con su bicicleta, rápido, siempre rápido, lo mismo en las rampas de Jaizkibel que en las rectas largas y planas que circundan el Campo de Golf de Hondarribia que vio crecer a José María Olazabal. Además de rápido, Gárate pedaleaba sólo, casi siempre sin acompañantes aunque ya se hubiese inscrito en el Club Ciclista Irunés. Ninguno de su edad podía seguirle.
Sólo se quedó también el día que se presentó ante sus compañeros del Lampre, convencido de que su paso al profesionalismo era un sueño extraño o una broma pesada que tarde o temprano se iluminaría. Concentrado en una remota aldea italiana con su equipo, nadie le dirigió la palabra en dos días, quizá porque era el único desconocido de un grupo donde destacaba el suizo Camenzind y su maillot arcoiris que Gárate contemplaba fascinado. Entonces, el guipuzcoano cobraba el salario mínimo y no le alcanzaba ni para soñar con comprarse un piso. Pero aprendía en Italia, sin presiones ni exigencias, paso a paso, seguro de que lo peor empezaba ya a quedar atrás.
Con una etapa de la Vuelta a España, otra del Giro del Trentino y un Giro excepcional en su currículo, Gárate se sabe a punto de abandonar Italia, donde ha aclarado su futuro. Asegura que iBanesto.com y Once-Eroski sí le quieren ahora, lo que no deja de parecerle irónico. Gárate decidirá su destino en silencio, sin aspavientos, quizá mientras atiende su segunda pasión, el bricolaje. Lo que ya no sabe es cómo reaccionará cuando alguien ajeno a su entorno, alguien que no conozca desde años su terrible obstinación, deposite sobre su persona la fe que siempre ha manejado en singular.
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