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Tribuna:OPINIÓN | APUNTES
Tribuna
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Europa y los europeos

Camilo Benso, conde de Cavour, fundador de Il risorgimento, hacía balance a mediados del siglo XIX de la lucha a favor de la unificación italiana diciendo: 'Ya hemos hecho Italia, ahora hay que hacer a los italianos'. Un comentario similar sería extensible al momento actual de la construcción europea. Los dirigentes políticos de los Estados de la Unión, en las sucesivas cumbres celebradas, van dando pasos irreversibles para la edificación de un nuevo espacio de convivencia. Pero ¿qué piensan al respecto los que tienen que convivir en él: los futuros ciudadanos europeos? Que los pasos que se dan son lentos, que parecen preocuparse casi en exclusiva de asuntos macroeconómicos. De su alejamiento de las inquietudes más próximas al quehacer diario de las personas surgen miedos y malestar. De los miedos se aprovechan los vientos populistas y nacionalistas de la derecha. Del malestar emerge la contestación, la protesta por la sensación de que se toman decisiones que condicionarán la vida de los habitantes de esta parte del planeta sin consultarles. No es posible que los dirigentes de las naciones europeas limiten sus políticas comunes al incremento de riqueza sin que, al mismo tiempo, se ocupen de su redistribución: no puede haber una política económica sólida si no se equilibra con iniciativas que combatan la exclusión social. Tampoco puede 'hacerse' Europa sin 'hacer' europeos, y ello significa que tienen que ocuparse de su formación. A este tema se dedicó recientemente un magnífico seminario organizado en Barcelona por la Academia Europea de la Ciencia y las Artes, dirigido por el profesor José Luis García Garrido.

No es el actual el primer intento de construir Europa, pero sí difiere de los anteriores. No se trata tan sólo de un proyecto político o económico, según la visión de los promotores de la Unión Europea desde hace más de cuatro décadas. En la raíz de la unión que Europa desea está el acercamiento entre los hombres, la necesidad de superar terribles conflictos bélicos que en los dos últimos siglos se habían hecho crónicos; por tanto, el deseo de unión debe fundarse en la búsqueda de la convivencia de culturas diversas en una sociedad en paz. En este proyecto común no se ha de perseguir exclusivamente que se coaliguen Estados sino, en palabras de Jean Monet, unir a los hombres. La construcción política y social de Europa se hará paulatinamente, pero no cabe duda de que, sea el que sea su ritmo, será la Europa de la educación y de la ciencia. Una Europa en la que no se trata, según palabras del que fue Ministro de Educación francés Claude Allegre, de uniformar los contenidos, sino, por el contrario, de que cada país mantenga sus particularidades, al tiempo que sea realidad la libre circulación de estudiantes, profesores y profesionales.

Hace pocas semanas, el director de Le Monde, Jean-Marie Colombani, ha publicado un libro titulado Tous americans?, que lleva a la reflexión sobre el pensamiento único, acentuado a raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre del año pasado. El proyecto europeo desde su raíz tiene características diferenciadoras del modelo de convivencia de la sociedad americana. La definición de un modelo propio para los europeos -como integrantes de la sociedad occidental pero con valores existenciales e históricos distintos de los estadounidenses- es una ocasión singular para repensar el futuro de la izquierda en Europa. Las políticas educativas, la capacidad de asimilar a los emigrantes considerándolos como nuevos europeos y no mano de obra barata y marginada, la corrección de las desigualdades sociales como razón de una parte importante de las actuaciones gubernamentales constituyen una oportunidad excepcional para recuperar las esencias progresistas frente a los modelos globalizadores neoliberales. Cuanto más determinen el porvenir de Europa los gobiernos conservadores más próximos estaremos de constituir una mera provincia del imperio americano.

Internacionalismo, apoyo a la tasa Tobin, combate de la exclusión y la pobreza deberán constituir aspectos esenciales para el diseño de las nuevas políticas progresistas que impulsen la Unión... unidos a la formación de una ciudadanía europea, educada en valores. Más Europa es la solución a los problemas actuales. Más Europa quiere decir más educación para los futuros ciudadanos de esa patria común, que quizá algún día abarque desde los Urales al Atlántico como decía Charles de Gaulle.

Resulta obvio que este planteamiento de unión lleva a un cambio radical en el concepto de ciudadanía. El nuevo ciudadano europeo requiere una nueva educación cívica que transcienda los contenidos tradicionales que se enseñan en las escuelas y las universidades, basada en la formación del espíritu crítico y la transmisión de valores. Decía hace años Jacques Delors que nadie se enamora de un mercado; Europa será la Europa de los ciudadanos o no será. No es concebible el avance sostenido del proceso de construcción europea sin unas políticas sociales vigorosas, donde la educación ocupe el lugar central, con singular énfasis en su estadio superior.

La dimensión europea de las instituciones universitarias constituye una piedra angular de la nueva sociedad a la que se aspira. Las universidades actuales de los diversos países que se integran en la Unión tienen problemas comunes en gran parte, y juntos han de buscar soluciones, innovaciones y sinergias. Sorbona, Bolonia, Praga,... son pasos sucesivos en la misma dirección, pero aún queda mucho por hacer. Para que las universidades puedan dar una respuesta satisfactoria a las expectativas que genera aquello que se intuye como contenido esencial de la ciudadanía europea, han de efectuar numerosos cambios, mutaciones incluso. Su alcance rebasa en mucho a la formación de buenos profesionales que también necesita una revisión de objetivos ligados a los empleos emergentes y la nueva economía. La educación universitaria ha de formar ciudadanos europeos, libres, solidarios y dotados de suficiente capacidad de innovación tecnológica y social.

Cambios en las formas, cambios en los fondos. Las universidades, y los actuales sistemas universitarios de los distintos Estados, han de adaptar sus estructuras organizativas y estrategias de coordinación al nuevo contexto. Se deben armonizar las ofertas académicas, en cuanto a la duración de los programas, su intensidad lectiva y los contenidos mínimos. Se han de revisar las legislaciones vigentes en cada Estado, de modo que incorporen mecanismos obligatorios de homologación de las enseñanzas y acreditación de los programas de estudios ofertados. Se ha de avanzar hacia la definición de un sistema de titulaciones consensuado de dimensión europea, que contemple las necesidades del mercado de trabajo, la formación interdisciplinaria y los contenidos de carácter transversal. Será vital la educación en valores, que sustente la convivencia multicultural abierta a la asimilación, sin uniformismos innecesarios, de los emigrantes que llegan y llegarán en elevados contingentes. Según indicaba Pestalozzi, se ha de educar la cabeza y las manos, pero también el corazón. La atención a los estudiantes necesita mejoras urgentes, con ayudas -becas, créditos, préstamos, etcétera- puestas en común por los Estados en un programa europeo transnacional, que fomente la movilidad de larga duración o los dobles diplomas. También necesitan reformulación en clave europea los sistemas de asesoramiento y orientación, con la creación de observatorios de demandas europeas de formación y seguimiento de titulados.

La universidad española tiene una extensa tarea por delante para su incorporación activa al espacio europeo de educación superior. No puede quedar al margen de las estrategias de armonización -como ocurrió cuando no estuvo presente en la firma de la Declaración de la Sorbona- de los sistemas de enseñanza universitaria y del establecimiento de las prioridades de las políticas comunes de investigación para Europa.

Francesc Michavila es director de la Cátedra Unesco de la Universidad Complutense y ex rector de la Jaume I de Castellón.

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