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Necesitamos (con urgencia) un título

Antón Costas

En uno u otro momento, a todos nos pasa que los esfuerzos para mejorar nuestras capacidades para enfrentarnos a la competitiva carrera de la vida no dan los frutos esperados. Si en esas ocasiones observamos, además, que a nuestros vecinos las cosas les van bien, el resultado suele ser una cierta tendencia a la depresión y a la pérdida de autoestima. A muchos catalanes les está pasando algo de esto. Desde los fastos de 1992 estamos faltos de resultados. Y, mientras tanto, vemos como la Comunidad de Madrid corre como un cohete, y el Real Madrid ha ganado otro título europeo.

Pero no deberíamos desanimarnos. En estas situaciones hay que actuar como lo hacen los expertos cuando analizan el funcionamiento de la economía. Más que los resultados concretos, lo que les importa son los fonamentals. Es decir, aunque en un momento determinado las tasas de crecimiento económico sean bajas, o menores que las de otros competidores, si los fundamentos -precios, salarios, equilibrio presupuestario, calidad de los recursos disponibles, iniciativa empresarial- son buenos, los expertos señalan que tarde o temprano aparecerán los resultados. Observando las cosas con desapasionamiento, los fonamentals de la economía catalana no son del todo malos, aunque es verdad que hay carencias, como ocurre en el terreno de la formación y capacitación de la mano de obra y en el de las infraestructuras. Pero pienso que las carencias más importantes son de tipo subjetivo. Estamos bajos de autoestima, especialmente de eso que los psicólogos llaman asertividad. Esa cualidad que nos hace tener seguridad en nosotros mismos, en lo que hacemos, sin estar comparándonos continuamente con los demás.

Para mejorar la autoestima y la asertividad iría bien lograr algún resultado sonado. Fíjense en la reacción que se produjo el día en que ACESA, la empresa de autopistas de La Caixa, anunció que absorbe a Aurea, dominada por Dragados, y mejora la oferta por Iberpistas, creando así un gran holding que será el tercer gran operador de infraestructuras europeo, con tamaño adecuado para ganar nuevas concesiones en España, Europa y América. Tanto Jordi Pujol como Pasqual Maragall se apresuraron a elogiar y apoyar la iniciativa, aun cuando en este caso esta fusión no ha sentado bien en la Comunidad Valenciana. Este ejemplo nos permite ver la importancia de ganar algún título en esa liga tan competitiva que es la actual economía globalizada. Pero hay que lograrlo en buena lid, y no de la forma que cuenta un chiste que corre estos días acerca de lo que el empresario y presidente del FC Barcelona, Joan Gaspart, está dispuesto a hacer para lograrlo. Imagínense que pasado mañana, por ejemplo, nos enteramos de que los laboratorios farmacéuticos catalanes se fusionan para formar una gran empresa de tamaño europeo. Hace falta ambición empresarial para crear empresas de tamaño adecuado al nuevo mercado internacional.

¿Hemos perdido capacidad de innovación y ambición empresarial? Algunos indicadores socioculturales parecen apuntar en esa dirección. Un conocido empresario farmacéutico catalán, Josep Uriach, señalaba en una entrevista que hasta hace poco en el Festival de Salzburgo sólo te encontrabas al mundo empresarial catalán, mientras que ahora los que asisten son los nuevos ricos de Madrid. Todo un dato. Si es así, ¿por qué razón? Decía también Uriach que su abuelo, el fundador de la compañía familiar, era un empleado de una droguería que a base de esfuerzo y dormir bajo el mostrador levantó una empresa innovadora. Un ejemplo de meritocracia. En ocasiones tengo la impresión de que el país ha perdido este tipo de ambición. Es difícil atribuir esa pérdida a una sola causa, pero tengo para mí que el actual marco empresarial y político catalán genera pocos incentivos para la aparición de nuevos innovadores.

William Baumol, un veterano economista de la Universidad de Princeton, acaba de publicar un libro magnífico en el que se pregunta qué es lo que convierte al capitalismo en esa milagrosa máquina de crecimiento económico que ha sido a lo largo de los dos últimos siglos. Su respuesta es que ha sabido, como ningún otro sistema económico conocido, incentivar a los innovadores recompensándolos económica y socialmente. Baumol se pregunta por qué algunos países son más afortunados que otros en cuanto a la aparición de innovadores. Señala que en principio hay emprendedores en todas partes. Lo que diferencia a unas sociedades de otras es si dedican o no sus energías a producir innovaciones que estimulen el crecimiento económico. Es posible que en las últimas décadas la política catalana haya desviado demasiadas energías hacia la política y hacia actividades improductivas desde el punto de vista del dinamismo empresarial y el crecimiento económico. Somos una sociedad cada vez más endogámica, tanto política como empresarialmente, en la que la movilidad social es escasa y en la que tienen más reconocimiento social los herederos y sucesores que los emprendedores. Estamos dejando de ser una sociedad capitalista que premia el mérito, al estilo de la que vio nacer a los Uriach, y nos vamos transformando en una sociedad oligárquica cerrada. Algo habrá que hacer, y pronto, para evitar que Cataluña acabe convirtiéndose en una especie de Cantabria del Mediterráneo: una sociedad plácida pero estancada.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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