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LA VENTANA DE MILLÁS

Mamá

El día en que se fue la luz, todo se quedó parado de repente. La música, la tele y el ordenador dejaron de funcionar al mismo tiempo, y todas las bombillas se apagaron. La luna se filtraba a través de las persianas, y yo llamé a mi madre: ¡mamá!, ¡mamá! Como no me contestaba fui en su busca. A tientas salí del dormitorio y recorrí el oscuro pasillo. Ella debía de andar en la cocina. Pensé que podría estar muerta de miedo, por eso comencé a hablarle en voz alta: mamá, ¿estás ahí?, ¿dónde estás?, ¿qué estás haciendo? Giré el picaporte de la puerta y penetré en la cocina. La luna iluminaba con su magia pálida el suelo de terrazo. Mi madre estaba allí, de espaldas: mamá, mamaíta, le dije. Pero ella no podía oírme, ni moverse, ni contestarme. Estaba paralizada, rígida como una inmensa muñeca de carne envejecida. Me acerqué a ella, me puse delante de sus ojos, me abracé a sus piernas: ¡mamá!, ¡mamá!, grité. Y entonces volvió la luz y todo se puso en marcha.

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