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Columna
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Números

Félix de Azúa

Si el espectáculo de lo trivial es la misa, las estadísticas son las Tablas de la Ley de nuestra religión. Lo trivial, convertido en símbolo de la especie, son los muchachos de Gran Hermano y Operación Triunfo, los deportistas, los políticos, un grupo de gentes sin virtudes ni cualidades remarcables, con una modesta capacidad intelectual, pero cargados de energía, buena voluntad, simpatía hacia lo débil y pequeño, héroes sin otra tarea que sobrevivir de un modo entretenido. Estos herederos de Livingstone y Durruti, son los santos de una sociedad divertida.

Su contrapartida, la estadística, anuncia tenazmente que no somos libres, que estamos condenados. Cada día, el dedo de una divinidad perversa inscribe las temibles cifras de nuestro destino en el muro del dormitorio. La Providencia usa ahora una voz más autorizada que la palabra del Profeta: 'Hoy morirán cien personas en tus carreteras'. 'El sesenta por ciento de las parejas se divorcian el primer año'. 'Este verano se ahogarán doscientos de tus niños'. 'Tres de cada cinco amigos tuyos tendrán cáncer antes de diez años'. Nuestra condena es inevitable, y aunque los administradores se esfuerzan por 'rebajar las cifras', como si pudieran apiadar a la matemática, todos sabemos que son sacerdotes de una iglesia impotente. Sus divinas palabras tratan de sosegarnos: necesitamos creer que somos libres, que no estamos condenados por una cifra.

Frente a la inexorable estadística, los santos triviales, las figuras de la diversión, simulan actuar libremente, emancipados de la cifra que les condena, como si la salvación fuera posible. Pero a nadie se le oculta que ya estamos incluidos en alguna estadística, y que tarde o temprano la cifra fatídica, nuestra cifra, aparecerá grabada en la pared del dormitorio.

Sin embargo, cada vez que uno de estos héroes pueriles gana un concurso, se casa, le curan un cáncer o triunfa en el estadio, vivimos la catástrofe de una victoria. En ese incomprensible instante, envuelta en humo y fuego, nuestra cifra agacha la cabeza como un dragón herido de muerte, y somos libres durante diez minutos.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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