Apología del pensamiento libre
Una vez más, el Supremo contradice al Estado, vendrán malos tiempos para el Supremo. La apología del terrorismo no es terrorismo: quien sin duda (para mí) lo exaltó, Arnaldo Otegi, no cometió delito; puede que el recurso del fiscal general haga cambiar las cosas. Siempre me manifesté contra esa culpa porque era un delito de opinión, contrario a las libertades de expresión y a la máxima de que 'el pensamiento no delinque', generalmente aceptada por cualquiera cuando gobiernan los suyos. Aznar tiene una lógica admirable, pero deshace pequeños progresos ganados a lo largo de los siglos en defensa de unas ideas nunca conseguidas del todo, o sustituida la realidad por el vocablo: libertad, democracia, derechos individuales; y en contra del autoritarismo. Aquí, en España, hay que certificar que uno está lejos de participar en lo que cita. Certifico: que no participo del 'viva ETA' que, al parecer, dijo Otegi; que yo querría que se extinguiese ETA, el nacionalismo vasco y que estoy en contra de cualquier independencia que no sea la del barrio de Chamberí, en Madrid. Certifico que de todos los crímenes, el que más detesto es el político. Como el de Sharon o el de Bush, por ejemplo; y el de los palestinos suicidas entre adolescentes israelíes, que tiene la agravante del impulso religioso.
Hecha esta declaración obligatoria, no sólo por imperativos legales ni por miedo a los pasionales del antiterrorismo -que me están haciendo mucho daño-, sino por convicción propia, insisto en la aclaración de que el regreso de los antepasados a la ouija del consejo de ministros para anular ideas de la Enciclopedia, de la declaración de independencia de Estados Unidos, de la Constitución republicana de 1931, y algunas cosas más, que hay libertad de expresión, aunque sea disparatada; que los códigos defienden a las personas que son injuriadas o calumniadas públicamente (algunos nos aguantamos porque tenemos la idea de que no merece la pena), y que si quisiera defender alguna lucha armada, tendría derecho a hacerlo.
Pero no quiero: soy pacifista, soy más bien hombre de otra mejilla (prefiero salir corriendo), quiero 'una federación libre de pensamientos libres', que decían los anarquistas.
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