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Columna
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Contubernio habemus

Se diría que el líder del PP actúa ya en clave sucesoria y empieza a elegir los asuntos por los que aspira a ser recordado en el futuro cuando se ausente. Sabe muy bien de la fragilidad de la memoria ajena y parece empeñado en concluir empresas memorables. Después de seis años de idilio negociador y fotográfico entre el presidente José María Aznar y los secretarios generales de las centrales, José María Fidalgo, de CC OO, y Cándido Méndez, de UGT, ahora se alza el telón y aparece un cambio radical de decorado. Primero se ve una propuesta rígida del Gobierno para la reforma de la cobertura del desempleo y del PER; segundo, un anuncio de medidas contundentes de protesta que acaba en la convocatoria de huelga general por parte de los sindicatos a menos que la citada iniciativa se retire; tercero, un súbito decretazo por sorpresa que confiere inmediata vigencia legal a la citada propuesta normativa, antes incluso de que sea sometida a debate parlamentario.

Apoyados en ese mobiliario de diseño, los protagonistas mencionados, que tantas gentilezas se prodigaron, que tan plácidamente conversaron en Moncloa y en el Ministerio de Trabajo, que tantas lecciones ofrecieron de inteligente negociación, que ejemplos tan admirables dieron de cómo alcanzar la concertación deseable en la que teníamos puestas todas nuestras complacencias, reaparecen en escena para retirarse el aprecio sincero que habían llegado a cobrarse e iniciar una acelerada carrera hacia el desencuentro verbal, primera fase de otros enfrentamientos con fecha señalada para el 20 de junio. Los sindicatos para justificarse adujeron sorpresa ante la inesperada inflexibilidad del Gobierno, mientras que Aznar y los suyos estimaron en la resistencia de las centrales a la reforma signos inequívocos de que preferían apostar por el fraude del paro y por la indolencia de regiones como Andalucía y Extremadura, sumidas merced a los socialistas, dicen, en la degradante cultura del subsidio.

De aquí a la jornada de huelga general tenemos por delante tres semanas de creciente confrontación dialéctica, amplificada por aparatos mediáticos de desigual potencia, porque Polanco non da lo que el PP non presta. El Gobierno advierte de que la huelga es política, que deteriora la imagen y los intereses de España y que puede degradarse hacia la violencia, de la que culpabiliza por adelantado a los convocantes del despropósito. Quiere a toda costa implicar al Partido Socialista, que ha preferido, sin embargo, quedarse deliberadamente al margen tras expresar su comprensión del problema. Además, el líder declinante del PP -a buenas horas mangas verdes, querido Cascos, llega esa discrepancia ante la fusión de plataformas- prefiere atribuir a conspiraciones varias la inexplicada permanencia de sus antiguos rencores y la aparición de las nuevas realidades emergentes que le desafían. De ahí que para Aznar la huelga del 20-J venga confabulándose desde hace más de dos años cuando la victoria del PP por mayoría absoluta en las urnas. Una mayoría que todo lo autoriza.

Qué interesante sería, por eso, disponer de mejores elementos de comparación mediante el levantamiento durante unos días del secreto impuesto a las hemerotecas y la exhumación de las declaraciones de los actuales dirigentes del PP cuando estos mismos sindicatos de ahora preparaban la huelga del 14 de diciembre de 1988. Entonces se vio una huelga alentada por el partido de la oposición con Manuel Fraga incluido; por la patronal de José María Cuevas, que pactó la recuperación de esa jornada para evitar mermas en la nómina de los huelguistas, y por algunas comunidades como la de Castilla y León, muy diligente para condonar a aquellos funcionarios suyos sumados a la protesta el preceptivo descuento que habría debido hacérseles. Como decía Arturo Soria y Espinosa, cada uno de los protagonistas del enfrentamiento acusa al adversario de practicar la asimilación tergiversadora e intenta defenderse aplicando la clarificación sancionadora. Y así llegaríamos a uno de esos antagonismos luminosos. Pero mientras, a 40 años del Contubernio de Múnich -donde los delegados españoles reclamaron 'instituciones auténticamente representativas y democráticas garantía de un Gobierno basado en el consentimiento de los gobernados'-, algunos asoman la patita, nos devuelven al La, la, la y descalifican a sus oponentes como si fueran la antiEspaña de las conspiraciones judeo-masónico-bolcheviques.

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