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Crítica:NIÑA PASTORI | FLAMENCO POP
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apoteosis colectiva

Diego A. Manrique

Debería estar prohibido incluir descripciones del público en la crítica de un concierto, pero en la reaparición de Niña Pastori me atrevería a afirmar que tan indolente recurso está plenamente justificado. Llevaba tiempo la gaditana sin actuar en Madrid, se presentaba su seductor cuarto disco, María, y las entradas se agotaron velozmente, atrayendo a una masa pinturera en la que dominaban las interminables melenas lacias y esos pantalones ajustados hasta lo imposible. El look apache de Julio Jiménez Borja, alias Chaboli, hijo de Jeros y compañero de Niña Pastori, también tenía adeptos masculinos. Noche de gala para un personal no habitual en la sala -'¿dónde está La Riviera?', se oía por los alrededores- que vive la música de María Rosa García García con llamativa pasión, entre coreografías de pareja, piropos y canto colectivo a pleno pulmón.

Niña Pastori

Niña Pastori (voz), Lucía Merino (coros, palmas), Eva Durán (coros, palmas), Toñi Noguedo (coros, palmas), Chaboli (percusión), Martín García (bajo), Germán Kucich (teclados), Juan Carlos García (batería), Juan Carlos Gómez (guitarra flamenca), Josep Salvador (guitarra eléctrica, coros, director musical). 24 de mayo. La Riviera, Madrid.

Cuando llegan esos irresistibles estribillos que son la clave de su arraigo popular, los presentes sencillamente tapan a la Pastori y su eficacísimo coro. El desbordado entusiasmo general hace imposible juzgar la voz de Niña Pastori, que se aprecia tan rica en matices en sus discos, igual que las delicadas filigranas sonoras de algunos arreglos de María. De hecho, uno hasta podría discutir la conveniencia de recrear en directo las piezas más flamencas: el recuerdo de sus querencias y sus orígenes flamencos tiene su carga simbólica, además de permitir que descanse parte de la espléndida banda, pero ralentiza el discurrir del concierto y no es posible disfrutarlo entre miles de alborotados fans.

La gracia del cancionero triunfal de Niña Pastori está en su hibridez, como demuestran temas recientes del calibre de Dime quién soy yo o Quién te va a querer: la fuerza caribeña de la sección de ritmo, esos relampagueantes guitarreos de rock, la discreta presencia de elementos digitales, algún estribillo italianizante. En un momento, la Pastori deja el escenario para cambiarse -de un escotado vestido negro a un nada sofisticado atuendo con vaqueros que da mucho juego para sus bailes- y el grupo se marca un instrumental con cita de Los Chichos, una buena referencia para ese pop aflamencado en que ella ya es reina.

La fiesta continúa

Hay invitados, naturalmente. Ketama contribuye a Aires de molino y Mamá Pastori, la madre de la artista, se pone un delantal para escenificar sus reclamos de vendedora callejera en Tú dime, donde Chaboli se marca un rap. Ya en los bises, tras un popurrí donde se resuelven algunos de sus viejos éxitos, se monta una fiesta por bulerías, con los invitados más Sara Baras. Para algunos de los presentes no resultó suficiente. Ya estaba desmontado el equipo del escenario y frente a la entrada de La Riviera seguía caracoleando el núcleo más bullanguero, paladeando los discos de Niña Pastori desde coches con las ventanas abiertas: era su noche y no querían que acabara. Los nuevos gitanos canasteros se inventaban nuevos rituales a la orilla del Manzanares.

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