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VISTO / OÍDO
Columna
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Tengo miedo: no sé de quién

Al tiempo que se divulgan secretos sobre el conocimiento de Bush del atentado del 11 de septiembre, aparecen rumores de que va a suceder algo peor. Descarto a Bush: no parece hombre de inteligencia alta, sino un tipo escogido para un papel y tan tonto que por poco no sale. Creo que los que tenían información del ataque eran otros. No sé quién lo hizo; no sé todavía quién mató a Kennedy. Ni quién al pobre papa Luciani; si fue el susto de descubrir, en el Vaticano, que no había Dios, sino una trama mafiosa, o unas gotas en el café para forzar al Espíritu Santo a que saliera el político Wojtyla.

Hombre, por cierto, como de circo: izado por grúas, paseado en plataformas de ruedas, cuyos discursos leen sacerdotes y él pone sólo un final y un principio inaudibles, pero que está aprendiendo búlgaro para hacer un viajecito. Pide milagros para que Dios le deje, por lo menos, como está. Tampoco sabré si fue un agente de la CIA toda su vida, o si tiene que aguardar a que esa CIA prepare a otro para sucederle (no trato de ofender a los que creen en Dios y en lo demás; simplemente explico que el Vaticano y la Iglesia no tienen nada que ver con esa utopía).

El hecho es que esta incredulidad en la que me formó no sólo mi genética, mi ideología trabajada con libros y creencias y mi guerra, sino mi profesión de periodista de los que se reían del pensamiento único, me dejará sin saber quién preparó, calculó minuciosamente y ejercitó como una operación de Estado Mayor (de uno inteligente) la operación del 11 de septiembre. Nunca sabré si Bin Laden es un extra de Hollywood, un agente de la CIA como el Papa (lo fue en la guerra contra los rusos), ni qué es Al Qaeda, y si tiene agentes del Mosad israelí.

No creo que la respuesta preparada fuera el bombardeo de Afganistán, y el cambio de unos sanguinarios idiotas por otros idiotas sanguinarios en aquel país, sino la destrucción de Palestina por Sharon, que al final no ha conseguido sino dejar atrás un reguero de muertos y un desprestigio mundial: no para él, sino, desgraciada e injustamente, para los judíos. Como si lo hubiera hecho el asesino Hitler para decir '¿Veis como tenía razón?': y no la tenía. No sé por qué se está otra vez alzando la amenaza en las primeras páginas de los órganos del pensamiento único en todo el mundo: sólo sé que algo puede pasar, y que no creeré en lo que digan.

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