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Columna
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Derechas

Sin decir nada sobre cómo hacer frente al Madrid de Zidane, Van Gaal, la alegría que vuelve, se extrañó de que el partido holandés del malogrado Fortuyn fuera calificado de extrema derecha. 'En muchas cosas coincido en sus planteamientos', concluyó, sin extenderse, el repetido entrenador del Barcelona. Igual que a Van Gaal no le parece el populismo holandés una manifestación de extrema derecha, a muchos europeos Le Pen les recuerda a Ocaña, el ciclista, y a Charles Maurras, el pensador de Action Française, y los italianos asumen el trío Bossi, Fini, Berlusconi como ganador del festival de San Remo, con Marco Penella de percusionista, aglutinante del racismo económico de la Liga, del posfascismo de Fini y el oportunismo de Berlusconi.

Italia era hasta hace unos veinte años el país europeo con más alto nivel de reflexión política, en buena parte condicionada por la larga batalla por la hegemonía sostenida por el PCI y el Vaticano. Disponía todavía entonces de un cumplido frente de las llamadas fuerzas del trabajo y de la cultura y de un altísimo nivel de diagnóstico y polémica en sus sindicatos. Que precisamente fuera Italia quien primero abriera las puertas al fascismo como fuerza democrática de gobierno, traducía el vuelco de una conciencia social cansada de una larga guerra de trincheras paralizante sostenida por la Democracia Cristiana y el PCI, tantas veces los comunistas a punto de dar el sorpasso. Pero el desmoronamiento italiano quedó aparentemente compensado con una Europa gobernada por la euroizquierda propuesta por Berlinguer en los años setenta, encabezada por una socialdemocracia que no ha sabido hacer frente a la ofensiva neoliberal y neocapitalista producida tras el final de la guerra fría.

Doce años después de la caída del muro de Berlín, la euroizquierda parece desbordada sin ofrecer alternativa a la globalización. Frente a estas izquierdas desenfocadas, según la metáfora de Woody Allen, se concreta el pastiche de una derecha populista, aupada sobre el descrédito de lo político y la oferta de autoridad y mercado como medios propios, no al bien o al mal, sino a lo inevitable. Pero no es nuestro problema. En España la extrema derecha prosigue sus vacaciones, pagadas.

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