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Entrevista:Joseba Arregi | Ex parlamentario autonómico del PNV

'Para acabar con ETA hay que deslegitimar su discurso político'

Joseba Arregi, militante del PNV y ex portavoz del Gobierno vasco, no duda de que su partido quiere que acabe cuanto antes la violencia terrorista, pero discrepa de quienes consideran que, para lograr este objetivo, 'hay que hacer algo de lo que ETA reclama políticamente'. El verdadero problema, a su juicio, es que, 'para terminar con ETA, hay que deslegitimar su discurso político, y eso obliga también a reformular el propio nacionalismo'.

Joseba Arregi Aranburu (Andoain, Guipúzcoa, 1946), ha sido consejero de Cultura, portavoz del Gobierno vasco y parlamentario del PNV antes de acreditarse como un riguroso y comprometido observador de la realidad de Euskadi. Partidario de un nacionalismo incluyente e integrador, da clases de Sociología en la Universidad del País Vasco y hace oír su voz a contracorriente de los aires soberanistas dominantes en la dirección de su partido.

'La política se ha situado en un plano virtual. Los proyectos tienen poco que ver con la realidad'
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Pregunta. Transcurrido un año de las últimas elecciones autonómicas, ¿qué ha cambiado en la política vasca?

Respuesta. Se ha transportado la política a un plano virtual, en el que todos los proyectos son posibles, porque tienen muy poco que ver con la realidad. Y también me da la impresión de que se está perdiendo un tiempo precioso. Ha pasado un año, y estamos más o menos como antes.

P. ¿No aprecia ningún cambio, algo más de distensión?

R. La vida política está más distendida, pero eso no ha sido el resultado de una reflexión seria sino más bien producto del cansancio, o de la esperanza de ver si pasa algo mágico que resuelva por sí mismo los problemas pendientes.

P. ¿Cree que hay en Euskadi una grave distorsión entre el discurso político y las preocupaciones reales de la gente?

R. Creo que por un lado se vive y por otro se discute. Hoy mismo [por el jueves pasado] leía unas declaraciones del presidente del Parlamento vasco, Juan María Atutxa, que dice que se debe poder debatir sobre la autodeterminación; que si se planteara ésta como radical separación de España habría una mayoría amplísima que diría que no, pero que, en todo caso, debería ser posible preguntar a la gente. Por mucho que algunos se empeñen, éstas son cuestiones que tienen muy poco que ver con la vida diaria. Han surgido y se han planteado como posibles soluciones de pago político para solucionar el problema de la violencia. La vía de Lizarra, que fue cuando se pusieron encima de la mesa, fracasó. Ya no valen para dar una salida a ETA y, sin embargo, perviven.

P. ¿Tiene la impresión de que en Euskadi se juega una especie de prórroga infinita y los dirigentes políticos esperan a que las siguientes elecciones o un movimiento del contrario les resuelvan los problemas que se resisten a afrontar?

R. Llevamos cuatro o cinco años a la espera de que alguien o algo, unos resultados electorales, la Conferencia de Paz de Elkarri, o la transposición del proceso de Irlanda del Norte -ya nadie habla de Palestina-, nos dé la receta que termine cuadrando el círculo, en vez de reconocer que el cuadrado es cuadrado y nunca va a ser círculo. Y eso es algo que en la época de la Mesa de Ajuria Enea estaba bien orientado, pero que nunca ha terminado de cuajar, porque paralelamente hubo otra trayectoria, que era la de la búsqueda de la negociación con HB y con ETA, que llevó al final a Lizarra y todo lo demás. Y este proceso, en vez de ayudar a la consolidación institucional vasca, ha conducido al cuestionamiento de las instituciones y del marco estatutario.

P. Desde el nacionalismo se reconoce retóricamente el valor de la pluralidad, pero en la práctica se cuestiona en los proyectos que se enuncian.

R. En el nacionalismo dominante existe la posición de decir: 'Estoy dispuesto a asumir que el país es plural, una vez que me reconozcan que hay que institucionalizarlo al modo nacionalista. Una vez que me acepten esto, vamos a ser buenos y permitir que la gente siga hablando y estudiando en castellano, que hasta pueda tener alguna relación con España y vote para el Congreso'. Es lo que llamo el pluralismo paternalista o 'con permiso'. Pero el verdadero pluralismo significa que esta sociedad no se puede institucionalizar de forma unívoca; que por muchas vueltas que se le dé, tiene que hacerse a través de un pacto interno en el que ni una concepción ni la otra va a ser la definitoria. Porque ésa es la realidad del país y es bueno que siga siéndolo.

P. Tanta experimentación política alrededor del ser y el decidir podría hasta ser entretenida si no fuera porque al hilo de ese discurso otros matan y aterrorizan.

R. Claro. Porque mientras tanto hay gente que pasa miedo, tiene que llevar escolta, o marcharse, y hay personas que son asesinadas. Históricamente, todas estas cuestiones en torno al ser y al decidir han pasado a formar parte del discurso como propuestas de solución al problema de ETA. Sin embargo, la continuidad de la violencia y el creciente rechazo social al pago de un precio político para el fin de la violencia han hecho que esas soluciones se hayan desvinculado del fin para el que fueron pensadas y hayan cobrado una vida independiente, situándose en una especie de limbo: no son solución a la violencia; tampoco tienen que ver con la realidad, pero condicionan todo.

P. ¿Es usted de los que creen que en Lizarra el PNV, consciente o inconscientemente, tomó la decisión de asumir el liderazgo de la comunidad nacionalista renunciando a ser el eje vertebrador de la sociedad vasca?

R. En un momento nos creímos que teníamos todos los boletos: acabar con la violencia, conseguir la paz, alcanzar nuestros fines nacionalistas, aparecer como más demócratas que nadie; y encima, con el aplauso de todo el mundo. Como dijo más tarde un ideólogo del MLNV, la paz es entrega de las armas por presos, mientras que Lizarra es la apuesta que por primera vez hacen todos los nacionalistas para conquistar la hegemonía en la comunidad autónoma y definir la sociedad vasca en términos exclusivamente nacionalistas.

P. El lehendakari y su partido han situado como uno de los ejes de su actuación el compromiso ético con las víctimas de la violencia, pero se resisten a dar pasos políticos decididos contra quienes practican la violencia o la disculpan.

R. No juzgo nunca intenciones. Sí digo que sólo existe el a la vida cuando se concreta en normas que la protegen y la garantizan. Y en la solidaridad con las víctimas, lo mismo. Se puede llorar con las familias de Fernando Buesa o José Luis López de Lacalle, pero la proximidad con las víctimas exige tener en cuenta por qué les mataron. Si no, la solidaridad está vacía de contenido político. Si defendemos que los asesinatos y la violencia terrorista tienen una intencionalidad política, no podemos decir que la víctima asesinada y lo que representa no tiene significado o trascendencia política. La ética debe tener una traducción política.

P. ¿Plantear el debate sobre el derecho del pueblo vasco a decidir o a ser consultado es una forma de evitar precisar cuándo y sobre qué se le pide que decida?

R. Esta cuestión forma parte de ese mundo virtual al que me refería. Esta cuestión sigue planteándose porque, aunque se diga que no se plantea como final de la violencia, indirectamente sí tiene algo que ver: se suscita la consulta o la autodeterminación para vaciar de votos a Batasuna, que irían a PNV-EA, pensando que así se puede conseguir, a medio plazo, el fin de ETA.

P. ¿Cree que el lehendakari Ibarretxe realizará finalmente la consulta con la que amaga?

R. Estoy convencido de que no habrá consulta en el sentido de algo previo o preparatorio para el referéndum de autodeterminación. Consultas, haberlas, las hay, y casi continuas.

P. ¿Por qué se ha consolidado en el nacionalismo gobernante una especie de rechazo a la posibilidad de que ETA sea derrotada policial y judicialmente?

R. La postura del nacionalismo es bastante contradictoria. Cree que la violencia hace daño a sus postulados y quiere que acabe cuanto antes, y por otro lado tiene el convencimiento de que para terminar con el terrorismo hay que hacer algo de lo que ETA reclama políticamente. No creo que sea tanto una cuestión de miedo a enfrentarse. La dificultad quizá es otra: para terminar con ETA hay que deslegitimar su discurso político, y eso obliga también a reformular el propio nacionalismo; dar el salto definitivo de la defensa de la comunidad étnica a un nacionalismo en el que tenga cabida la sociedad, un nacionalismo constituido por ciudadanos, no por miembros del pueblo.

P. ¿Le preocupa haber quedado en solitario como la voz crítica del PNV tras la expulsión del partido de Emilio Guevara?

R. Para mí, ser nacionalista es tener amor a mi país y comprometerme con el conjunto de la sociedad vasca. No quiero una nación que al final sea una especie de gueto dentro del conjunto de la sociedad vasca. No es eso lo que he aprendido en la tradición nacionalista en la que he nacido y he sido educado.

P. ¿El PNV necesita para afirmarse a un PP que le cuestione?

R. O si no lo necesita, lo crea. Sí que hay una especie de retroalimentación. En los nacionalismos, no sólo son imaginadas las comunidades nacionalistas, también son imaginados los otros frente a los cuales se afirma lo propio. Y es probable que para el PP suceda algo parecido; ha ayudado a construir ese otro que es el nacionalismo vasco absolutamente radical y que le viene muy bien para su estrategia.

Joseba Arregi, ex parlamentario del PNV y ex portavoz del Gobierno vasco, durante la entrevista.
Joseba Arregi, ex parlamentario del PNV y ex portavoz del Gobierno vasco, durante la entrevista.SANTOS CIRILO

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