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ANÁLISIS
Columna
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Agresividad y fútbol

LA AGRESIÓN contra policías y periodistas desencadenada el 1 de Mayo por fánáticos seguidores del Real Madrid encuadrados en las peñas de Ultrasur después de que ETA activara un coche-bomba en las inmediaciones del Estadio Bernabeu hizo sonar todas las alarmas sobre la escalada de la violencia en el mundo del fútbol; a los pocos días, nuevos actos de vandalismo de los hinchas en Tarragona, Villareal, Valladolid, Jérez y Bilbao confirmaron la propagación de la epidemia. El vicepresidente Rajoy convocó de manera urgente a los presidentes del Consejo Superior de Deportes, de la Federación de Fútbol y de la Liga Profesional para mostrar a la opinión pública la preocupación del Gobierno. Pero el papel de las autoridades no es lamentar los comportamientos violentos de los aficionados sino prevenirlos y castigarlos, así como perseguir a los irresponsables inductores morales (no faltan presidentes de club en este renglón) de esos actos de barbarie.

La proliferación en los estadios de banderas, himnos, pancartas y consignas para propagar la xenofobia, el racismo y el odio invita a preguntarse por las causas de ese creciente deterioro cívico

La anunciada creación de un grupo de trabajo para estudiar la situación y proponer los remedios, formado por funcionarios, autoridades deportivas y expertos de prestigio, no hace concebir excesivas esperanzas al respecto. La verbalización de las cuestiones incluidas en la agenda gubernamental resulta tan familiar y monocorde como un mantra: la tipificación de las nuevas formas de violencia, el endurecimiento de las sanciones, la prohibición de las pancartas con símbolos racistas, xenófobos y terroristas, el reforzamiento de la seguridad en los estadios, el internamiento en las comisarías de los hinchas multireincidentes los días de partido etc. La reunión permitió saber que la Unidad de Control Operativo, un centro de vigilancia policial solemnemente inagurado por el presidente del Gobierno hace tres meses, no ha entrado en funcionamiento por falta de recursos.

Abstracción hecha de las tanganas entre los jugadores y de la dureza a veces criminal de las entradas a los contrarios, el repertorio de brutalidades de los hinchas se extiende desde el linchamiento a los árbitros o a los jugadores del equipo contrario hasta las peleas sangrientas en las gradas o en las inmediaciones de los estadios entre peñas rivales, pasando por los lanzamiento de bengalas y de petardos. Si en mayo de 1985 la catástrofe de Heysel en el partido Juventus-Liverpool costó 39 muertos, el asesinato en diciembre de 1998 de Aitor Zabaleta, un seguidor de la Real Sociedad apuñalado a las puertas del campo del Atlético de Madrid por un ultra condenado a 17 años, sirvió para recordar que nadie está a salvo de esa amenaza.

Un célebre libro de Desmond Morris (The Soccer Tribe) escrito desde criterios antropológicos presenta el mundo del fútbol como una forma ritualizada de canalizar la agresividad de la especie humana. Sin embargo, el creciente deterioro cívico del fútbol como espectáculo obliga a adoptar enfoques menos optimistas o benévolos sobre un teórico espacio de ocio que, lejos de servir para desahogar pacíficamente las emociones identitarias, está siendo colonizado por organizaciones violentas que fomentan y expresan sentimientos xenófobos, racistas y de odio. Un estudioso de los movimientos fascistas (Xavier Casals, Neonazis en España, 1995) ha analizado las confusas relaciones tejidas desde los años ochenta entre las hinchadas agresivas, las bandas de cabezas rapadas y las organizaciones violentas surgidas de la descomposición de la ultraderecha tradicional. Tal vez los símbolos hitlerianos, las cruces celtas y los caracteres rúnicos visibles en las gradas invadidas por las peñas más escandalosas no sean tanto un síntoma de la infiltración de organizaciones nazis y fascistas entre los socios de los clubes como una exasperada manera de manifestar genéricas pulsiones antisistema; en cualquier caso, resulta intolerable que los hinchas de un equipo - el Lazio-lleguen a insultar a los seguidores del equipo rival -el Roma- con la pancarta 'Auschwitz, vuestra patria; los hornos, vuestros hogares', tal y como ocurrió en Italia en 1998.

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