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Crítica:ESCAPARATE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El arte cubano de la fuga

El arte urbano de la fuga tiene larga tradición. Las historias de esclavos fugitivos, rebeldes perseguidos, destierros, exilios y retornos de todo signo se cruzan y entrecruzan como la forma de una comunidad a la vez afincada en su región y deshabitada en el diálogo. Reinaldo Arenas debe haber sido el artista mayor de este arte de huir entre prisiones, disfraces y países, que termina siendo una forma desnuda del cuerpo y del lenguaje. Si la iconografía de la migración tenía al sujeto centroeuropeo como su emblema, revestido de invierno y cargado de valijas, tiene ahora como héroe desvalido al desnudo balsero cubano.

En lo que sería su última novela, Jesús Díaz (1942-2002) nos ofrece el cuarteto de una fuga mayor: Manuel Desdín es un joven estudiante en el Instituto de Física, en Ucrania, que acusado por los agentes de la policía cubana decide huir. Cuatro capítulos que corresponden a las cuatro estaciones narran las aventuras y agonías de Manuel entre bosques, nevadas y montañas, en busca del tren, el barco, el camino que lo lleven a uno y otro país como refugiado. Invariablemente, cada fuga termina en manos de la policía, que lo reembarca de vuelta a una Unión Soviética que vive sus últimos días. Arrebatada por el sabor de la libertad, ésta es una parábola de las fronteras, que se multiplican para negarle al fugitivo, migrante, refugiado o perseguido, su condición humana; condenándolo a confirmar en su origen su destino.

LAS CUATRO FUGAS DE MANUEL

Jesús Díaz Espasa. Madrid, 2002 245 páginas. 16,20 euros

Manuel no recae nunca en

la indulgencia del 'victimismo', pero tampoco acepta la identidad contraria: cuando un cónsul norteamericano le sugiere la posibilidad de una visa a cambio del papel de informante, se niega. Para que su aventura sea genuina este personaje sólo puede ser inocente: un sujeto en búsqueda de autenticidad en un mundo que la ha perdido.

Destruye su pasaporte, escenifica un accidente y, con su sangre, bautiza su nacimiento adulto, sin nombre y sin patria, libre en el lenguaje. Le espera, luego, el trámite de una nacionalidad sustitutiva, la alemana, a la que se acoge por sus abuelos migrantes en Cuba.

Para sorpresa del lector, nuestro héroe es recobrado en el epílogo como hijo de una realidad hecha más cierta por la novela. Como en los mejores relatos, la verdad es aquí una forma plena de la ficción.

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