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Columna
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Gentes con estrella

¿Quién puede dudar que hay personas con suerte y otros infortunados? ¿Quién no ha conocido familias que han venido soportando una sucesión de adversidades, algunas simultáneas, otras de extraña probabilidad, mientras a su lado algunas han seguido una vida sin apenas altibajos o sólo con la razonable dosis de dolor? Entre unos y otros se alza una barrera que parece dividir el mundo entre el bien y el mal, entre los enfilados por el infortunio y aquellos a quienes la providencia ha dejado sin condenar.

Hasta ahora las ideas sobre la buena y la mala estrella parecían corresponder al pensamiento mágico. O incluso a una anónima ley de probabilidades no merecedora de ulterior interpretación. Desde 1999, sin embargo, a partir de un debate entre psicólogos europeos y norteamericanos, ha prosperado la idea de que algunas personas y comunidades poseen más propensión que otras a ser maltratadas por un supuesto azar. El estudio, aún en desarrollo, se ha centrado sólo sobre accidentes físicos (la propensión a sufrirlos se conoce como accidente-prone) pero muy bien podía ser el comienzo de un análisis de las atracciones referidas a la enfermedad, el dolor, la muerte.

Pero, hasta ahora, se han fijado sólo en las lesiones. Niños o deportistas que enlazan una con otra, que no terminan de superar un esguince para romperse la crisma, que no salen de una caída en bicicleta para precipitarse en un pozo. Para esos casos se han elaborado diferentes explicaciones. Una inmediata es que acaso a esos individuos les falla alguna facultad de percepción, que no oyen bien, no ven bien o incluso que se aturden por un tumor cerebral. En este caso no habría más que hablar. Un segundo supuesto es el temperamento. Temperamentos demasiado extrovertidos y bajo control inhibitorio han llevado, en la Universidad de Iowa, a calificarlos de directos factores de riesgo. Efectivamente. La excesiva desenvoltura, la poca reflexión, la extrema exteriorización de los deseos hace tropezar con facilidad. Para estos últimos casos ya se ha empezado a hablar de desencadenantes genéticos y se conoce como ADHD, déficit de atención por desorden hiperactivo, lo que provoca comportamientos impulsivos con niveles de temeridad.

Pero, finalmente, ¿no podría hallarse la causa también en razones psicológicas? En 1996 una investigación de la Universidad de Misisipí publicada en Journal of Trauma fijaba la causa de diferentes traumatismos a desórdenes psicológicos como la depresión y los agudos sentimientos de culpa. Los culpabilizados tenderían a castigarse una y otra vez provocando inconscientemente ciertos de sus padecimientos. Una línea que emparentaría el diagnóstico con los dictámenes de Freud y su diagnóstico de las autolesiones destructivas. ¿Será así?

Freud se considera pasado de moda en casi todas partes y ya no se concede demasiado crédito a sus planteamientos. Pero han sido sobre todo los psicólogos norteamericanos, los más pragmáticos, optimistas y llanos quienes han rehuído introducirse en esos laberintos. Sin embargo ¿por qué ha sido tan extraordinariamente desgraciado Ronaldo en los principios de su gran carrera? ¿Qué le pasa, incluso en la misma expresión, a Guardiola para haber recibido su cadena de reveses? ¿Cuántos no se han extrañado de las vidas donde se ha cebado el mal, desde Malraux al personaje de Frasier, con suicidios, accidentes mortales, violaciones, devoraciones, parricidios? ¿Cómo no verse asaltado a poco que observemos a los amigos o parientes por algo misterioso, una mirada especial que puede fijar el aciago porvenir de unas personas?

El mundo es radicalmente injusto pero suele serlo aún más con ciertas personas. A veces con una estirpe entera, un apellido, un grupo familiar. El accident-prone puede ser apenas un subterfugio para encubrir la verdad, más horrenda, de haber sido escogido caprichosamente para la masacre. Pueblos, naciones, etnias, comunidades, dinastías, sujetos tienden a soportar una sobreración tan excedente como arbitraria, tasas de dolor e inmolaciones sin cuento.

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