Una reivindicación de la monja obrera
Un libro recuerda la vida de María José Sirera Oliag, una pedagoga que dejó los hábitos en 1970 por la militancia social
Nacida en 1934, de buena familia de toda la vida (nieta de militar-alcalde por parte de madre, hija de ingeniero constructor de querencias franquistas) tomó los hábitos a los 18 años y su destino parecía escrito en los misales de nácar de Las Esclavas del Sagrado Corazón. Pero la valenciana María José Sirera Oliag pronto se atusó la toca negra de madre, se arremangó los hábitos, y acabó metida en la harina de los barrios humildes, de las reuniones clandestinas, y finalmente del PSOE. Fue un raro ejemplar de monja obrera en la época en que el compromiso que alternaba el Padre Nuestro y La Internacional sólo era cosa de hombres.
Destinada en Barcelona, realizó la licenciatura de Historia Contemporánea junto a Jaume Vicens Vives con la tesina Obreros en Barcelona 1900-1910. 'Cuando vi toda esa miseria ante mí, rápidamente comprendí de qué lado había que estar'. Ella misma explica su proceso de 'concienciación', y más adelante sus crisis y sus dudas, que acabarían con la solicitud de exclaustración en 1970 (contra su voluntad, mantienen quienes la conocieron) como única salida. Antes había realizado la tesis doctoral sobre las enseñanzas medias en España a partir de 1939, y dirigido el Colegio Mayor Azaila de Zaragoza, donde en contacto con la clandestinidad universitaria organizaba seminarios de contenido sociopolítico y escondía a estudiantes perseguidos.
De su muerte, hace justo 20 años, pero sobre todo de su vida, se ha hablado en la Universidad de Valencia en la presentación del libro escrito por María Julia de Eguillor, con la colaboración de la catedrática de Historia Contemporánea Mercedes Vilanova. Un acto en que participaron antiguas alumnas como las hermanas Giner o Carmen Alborch. Fidelidad y Libertad es una obra biográfica y antológica, donde se recogen escritos (cartas, poemas, fragmentos de diarios) de la propia protagonista. A través de ellos se sigue su etapa valenciana y su militancia y liderazgo en las Plataformas Anticapitalistas en el barrio zaragozano del Picarral, a principios de los setenta (quizá los momentos más críticos de su compromiso religioso y político). Una vez proletarizada trabajó primero en varios cines hasta entrar en una fábrica textil donde la castigaban a las tareas más duras antes de despedirla. También se recuerda su labor en la lucha obrera clandestina en La Zaida, atravesando los Monegros, pero principalmente su preocupación por lograr para el pueblo una escuela digna e igualitaria. A sus ex alumnos todavía les emocionan estos versos de Una vieja escuela, por otra parte de rabiosa actualidad:
'Y es una página de nuestra reciente historia/ esa historia de unos hombres orgullosos y conscientes/ tan desconocidos en los despachos calientes y enmoquetados/ donde se deciden programas educativos,/ donde sobre 'aproximados' datos y mapas se juega -¿frívolamente?- el porvenir de la nación'.
Ha tenido que ser precisamente el Ayuntamiento zaidano, junto con la Diputación de Aragón, el que respaldara la edición del libro (presentado aquí por Dones Progresistes), al que han dado la espalda tanto las Esclavas como la Compañía de Jesús, con cuyos miembros obreros tanto se relacionó María José. En 1976, tras la muerte de su hermano, María José decidió regresar a Valencia a la casa familiar. No lograría obtener una plaza de adjunta en la Universidad, y finalmente daría el paso hacia la militancia partidista, siempre en la base y sin perder el sentido crítico. Como parte de sus contradicciones, esta mujer había transitado desde la radicalidad más absoluta a la sensatez y moderación, pero sin renunciar a la lucidez. Por eso se lamentaba del 'guiñol', 'de los apretones de manos, de los almuerzos de trabajo a 5.000 o más por cabeza, del prostituir la sonrisa... de los suaves taconazos en la alfombra'. Por eso alertaba en el poema Poder: '... que puede hacer daño y matar,/ que engulle a veces bellas utopías/ como una ola sucia/ y se llama entonces corrupción'.
La monja obrera murió en 1982 y en su testamento dejaba su biblioteca a la Casa del Pueblo. En la finca familiar quedaron convertidos en cenizas sus libros políticamente incorrectos y su carnet del PSOE.
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