La Novena de los Incomprendidos

Aunque sea por elevación, los madridistas somos unos incomprendidos, y también unos solitarios. Nadie nos tendrá nunca lástima, ni desde luego simpatía. Como además nos prohibimos quejarnos de los errores arbitrales, no hay consuelo en nuestras derrotas, que son celebradas por el ancho mundo y jamás son cuestionadas. Cuando el Madrid pierde, no sólo la alegría cunde, sino que el consenso es total sobre lo justo del resultado.
Esta temporada llevamos ya dos fracasos a las espaldas, subrayados y magnificados por ser el año del centenario y haber vestido Zidane de blanco. Cualquier otro equipo estaría hecho un flan y deprimido. Sus respectivas hinchadas estarían furiosas o maldiciendo a los hados. A los merengues verdaderos, en cambio, todo eso nos trae sin cuidado. No es que no hubiéramos preferido ganar la Copa y la Liga, claro está, pero no nos altera su vuelo lejano. Tampoco objetamos nada: el Deportivo ganó bien el primer torneo y el segundo lo ha jugado mal el Madrid de cabo a rabo (frente a tanto elogio, a mí me ha gustado poco el campeón Valencia: un equipo especulativo y durísimo, siempre al límite del reglamento y a menudo traspasándolo; pero felicidades). A la vista de lo que viene ahora, todo eso son trofeos de consolación, menores. Vale la pena perderlos si a cambio llega la Novena Copa de Europa en nuestra duodécima final disputada.
Cuando el Madrid pierde, no sólo la alegría cunde, sino que el consenso es total sobre lo justo del resultado
Por eso los madridistas tuvimos la impresión de que el Marid penaba a lo largo de treinta y dos años, los transcurridos entre la obtención de la Sexta, ante el Partizán, y la Séptima, ante la Juventus. Ya pudo haber Ligas y Copas, un extraordinario juego en la época de Butragueño y Michel y Hugo (lo olvidamos todo pronto), estelas como las de Netzer y Laudrup y fulgurantes fantasmas como el de Cunningham. Todo eso era resignación, decadencia, nostalgia, elegantes batines pero batines al fin y al cabo, sólo para andar por casa. Esto no lo comprenden los demás equipos y menos aún sus hinchas, que se vuelven locos por ganar una Liga en treinta años. Tampoco pueden entender que las sanguinarias 'rivalidades eternas' del Madrid con el Atleti o el Barça nos sepan sólo a cerveza en comparación con el fuerte vino que ingerimos -y este año nos emborrachamos- cuando enfrente está el Bayern Múnich, con el que sí hay verdadero agravio. O con el que nos beberemos cuando nos toque el Milán de nuevo, el único que en la pasada década nos despedazó de veras, y sin que rechistáramos, literalmente perdida el habla. Hasta los sesteantes Benfica e Inter nos encorajinan más -pido disculpas- que el Deportivo y el Valencia.
Durante los años de predominio del Milán de Sacchi, y admirando mucho su juego, deseábamos su derrota en sus finales europeas por temor a que nos superara también en la historia. Llegó a tener cinco Copas de Europa cuando el Madrid seguía estancado en seis, y juro que cuando obtuvo la última, 4-0 frente al Barcelona, apoyé ante el televisor al equipo de Cruyff, si no con toda, sí con mi media alma. ¿Quién en nuestro país puede entendernos? Con la excepción del Barça, todos los demás suspiran por inscribir su nombre en el palmarés por vez primera... y equipararse así con el Celtic Glasgow, el Aston Villa, el Hamburgo, el Steaua Bucarest, el Estrella Roja, el Borussia Dortmund y el Olympique de Marsella, entre otros. Tampoco es para tirar cohetes. Así que si el Madrid no gana a ese Bayer Leverkusen tan outsider, entonces sí, nos deprimiremos y nos acordaremos con rabia de los trofeos de consolación que hoy no lloramos.
A mí no me cabe duda de que la Novena ronda ya por Chamartín. Habría preferido a Casillas en la portería (no hay con César menos goles). Pero sobre el legendario Hampden Park estarán Zidane y Figo, que nunca han ganado ese trofeo de exultación, y son ambiciosos; y Solari, que por venir del River Plate es el que mejor hoy entiende el espíritu de San Di Stéfano; y acaso McManaman, que en partidos así se transforma y hasta mete goles; y tal vez Guti y Raúl sin duda, tan madrileños que garantizan la continuidad de la historia por impregnación, y no por mero aprendizaje. Sé que este artículo equivale a los ánimos que los hinchas envían, y que a veces de nada sirven. Yo apuesto doble contra sencillo -sin Copa ni Liga, en eso estamos- a que en esta ocasión sí sirven. O acaso es más bien que a mí sí me hacen falta.
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