Telecomunicaciones: falsas expectativas
A PESAR DE ALGUNOS ESPEJISMOS motivados por alegrías puntuales en forma de mejores resultados o de fusiones empresariales, el sector de las telecomunicaciones en el mundo no levanta cabeza desde hace dos años. El 14 de abril del año 2000, las nuevas tecnologías y aquellos valores que se identificaban con la nueva economía comenzaron a perder su virginidad en la Bolsa. Desde entonces siguió una evolución en picos de sierra, pero siempre a la baja. El dinero perdido a partir de esa fecha en los mercados de valores es, por ejemplo, muy superior al volatilizado en la Gran Depresión de 1929, pero en esta ocasión el crash se ha producido a cámara lenta y por eso ha parecido más indoloro. Dentro de esas tecnologías afectadas, las telecomunicaciones tienen un protagonismo especial por su centralidad.
Los expertos pronostican una oleada de fusiones en el sector de las telecomunicaciones, buscando el tamaño adecuado para las nuevas condiciones: exceso de oferta y bajada de precios para ganar cuota de mercado
Antes de abril del año 2000, las operadoras de telecomunicaciones pagaban cantidades billonarias en las subastas de la telefonía móvil de tercera generación (UMTS); subían ininterrumpidamente en las Bolsas, con gran creación de valor para el accionista que, en una ensoñación habitual en épocas de burbuja bursátil, creía que nunca iba a perder dinero; las fusiones y adquisiciones batían récords y cada una era mayor que la anterior; etcétera. El sector parecía la gallina de los huevos de oro del nuevo siglo.
Ahora, la situación es radicalmente diferente. Operadoras y fábricantes acumulan unas cantidades ingentes de endeudamiento; muchas están en números rojos y las demás advierten con antelación que van a obtener menos beneficios de los previstos; su capitalización bursátil ha bajado en porcentajes de dos dígitos; bastantes de ellas anuncian despidos de miles de personas; y algunos de los ejecutivos que antes de la debacle se convirtieron en los héroes de los estudiantes de telecomunicaciones y de las escuelas de negocios abandonan la dirección de las sociedades por la puerta de atrás.
¿Qué es lo que ha ocurrido para este monumental cambio de tendencia? Explicaciones hay para todos los gustos: el retraso en la llegada de las nuevas tecnologías de telefonía móvil o de la televisión digital; la saturación del mercado de teléfonos digitales; la trampa gubernamental de las subastas, que obligó a las compañías a pujar con cantidades desorbitadas por las licencias, siguiendo esa idea tan neoliberal de que el precio de una cosa es el que el comprador está dispuesto a pagar en función de la utilidad que espera de él. Pero ningún Gobierno obligó a las compañías a pujar en las subastas de UMTS...
En definitiva, hay un problema de falsas expectativas: el negocio no daba para tanto, o lo dará en un periodo más indefinido. La coyuntura mundial se ha enfriado, con lo que la demanda de productos y servicios de telecomunicaciones no está creciendo al ritmo previsto por las empresas en sus planes de negocio. En conjunto, al sector le sobra mucha oferta y tira de sus precios para ganar cuota de mercado; y las reducciones de personal todavía no se han reflejado en las cuentas de resultados. Lo que está fallando es el modelo.
El desplome de la ilusión en un mercado aparentemente exponencial e ilimitado hace que los analistas pronostiquen la llegada de una nueva etapa de fusiones de empresas, en busca del tamaño adecuado. La que se produjo entre las operadoras nórdicas Telia (sueca) y Sonora (finlandesa) el pasado mes de marzo no sería más que el precedente. En aquel momento se trató del primer matrimonio entre dos antiguos monopolios europeos. La lógica económica ¿servirá para aplacar las limitaciones que muchos Gobiernos han puesto para la unión de las antiguas empresas públicas de telecomunicaciones monopólicas, hoy privatizadas, por cuestiones de poder o de soberanía? Recordemos las frustradas operaciones entre Deutsche Telecom y Telecom Italia, o la que quiso protagonizar Juan Villalonga entre Telefónica y la holandesa KPN. A veces, las dificultades facilitan los consensos.
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