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Columna
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En manos de los demás

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

La economía española ha ido perdiendo fuelle desde principios del año 2000, en que crecía al 5%, hasta el comienzo de este año, en que creció al 2%. Las economías europeas se han desacelerado igualmente, por lo que ese 2% se compara favorablemente con el crecimiento de los demás. Los problemas de la economía española no están, pues, en el ritmo de crecimiento, sino en las bases sobre las que se ha asentado. El problema es que el reciente crecimiento español se ha basado esencialmente en el consumo, el gasto público y, sobre todo, en la construcción, mientras que la inversión en bienes de equipo sigue sin recuperarse y el déficit comercial ha vuelto a aumentar en lo que va de año.

Un crecimiento basado en la demanda interna y sin inversión no lleva a ningún sitio en el medio plazo. Esta estructura desequilibrada puede habernos servido de liana para alcanzar la orilla de la próxima recuperación sin necesidad de realizar serios ajustes. Sin embargo, si la recuperación no llega pronto, si la orilla de la nueva fase expansiva se aleja, habrá sido un salto en el vacío porque, en ese caso, la inversión en construcción, que ha animado nuestro crecimiento durante estos años, podría manifestarse como una burbuja y el consumo no podría mantener su ritmo por mucho más tiempo. La llegada de una recuperación internacional es crucial para la economía española. Algún aspecto positivo como, por ejemplo, la moderación salarial pactada en los últimos convenios colectivos, puede mejorar la competitividad, pero sólo podrá ser plenamente aprovechado si la demanda exterior tira de nosotros. Porque, si no hay recuperación internacional, esa moderación salarial, añadida al deterioro en la creación de empleo, frenará el crecimiento de la renta disponible e impedirá mantener el consumo tan alegre como hasta ahora. Ya hemos empezado a ver algunos signos, como el descenso en la venta de automóviles o la caída de la confianza de los consumidores, que sugieren un agotamiento del consumo interno.

El otro problema de la economía española es la caída de la inversión en bienes de equipo. El problema de la inversión, como ha mostrado el Banco de España en su último boletín, no es exclusivo de este año sino que, cuando se compara la expansión 1996-2001 con la expansión 1985-1990, se observa que el crecimiento de la inversión en el último ciclo fue la mitad del experimentado en los años ochenta. La inversión en España no sólo se ha comportado peor que en el pasado, sino que también se ha comportado mal comparada con otros países, ya que su crecimiento ha sido inferior al de la mayoría de los países desarrollados. De cara al futuro la cuestión es cuándo se recuperará la inversión en bienes de equipo. Hay un indicador que impide pronosticar una reacción rápida e intensa, y es el espectacular aumento del endeudamiento de las empresas españolas. No hay ningún indicador de la economía española que haya experimentado un crecimiento tan meteórico en los últimos años como el endeudamiento de nuestras empresas no financieras, que en los últimos cuatro años ha pasado del 50% del PIB al 70% del PIB.

Si la recuperación internacional llegase pronto, el tirón de la demanda exterior podría evitar una fuerte caída en el ritmo de crecimiento de la construcción y del consumo. Además, la demanda externa podría sacar a la inversión de su letargo, pues hay algunos indicadores, como la rentabilidad de nuestras empresas, que gracias a la moderación salarial se mantienen en niveles saludables. Pero si no llegase la ayuda del exterior, o llegase tarde, podríamos enfrentarnos a una caída del crecimiento del PIB español mucho mayor que la de nuestros socios porque el crecimiento desequilibrado que nos ha mantenido hasta ahora por encima de los demás tiene los días contados. Hay que estar, pues, muy atento al exterior porque de los demás depende, ahora más que nunca, que todo nos vaya bien o que todo nos vaya mal.

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