Los gritos de Eurídice
La poesía femenina italiana de la segunda mitad del siglo XX está representada fundamentalmente por la obra de tres autoras: Antonia Pozzi, Alda Merini y Cristina Campo. Pozzi se suicidó a los 27 años, había sido compañera de Vittorio Sereni en la Universidad de Milán. Su obra póstuma Parole (1930-1938) que lleva un prólogo de Montale, incluía toda su producción poética. Los versos de Antonia Pozzi están imbuidos de una espiritualidad ajena a lo cotidiano. Cristina Campo es el seudónimo de Vittoria Guerrini. Introdujo en Italia la obra de la Mansfield, Virginia Woolf y otras autoras. La prosa fantástica y aforística, así como la poesía de inspiración religiosa, han sido sus géneros más practicados. Esta tríada puede completarse con los nombres de otras autoras interesantes como Daria Menicanti -traductora de Silvia Plath-, Luciana Frezza (1926- 1992) y Vivian Lamarque. Alda Merini (Milán, 1931) salió muy pronto a la palestra. Montale y Spaziani la incluyeron en la antología Poetesse del Novecento (1951), Spagnoletti en Poesía italiana contemporánea (1959) y Salvatore Quasimodo en Poesía italiana del dopoguerra (1958). Durante los años cincuenta y sesenta editó libros como La presenza di Orfeo (1953), Paura di Dio (1955), Nozze Romane (1955) y Tu sei Pietro (1961), para luego desaparecer por casi dos décadas debido a una enfermedad mental que la recluyó en Villa Fiorita, un manicomio a las afueras de la ciudad de Milán.
LA TIERRA SANTA
Alda Merini. Traducción de Jeannette L. Clariond Pre-Textos. Valencia, 2002 132 páginas. 13 euros
Precisamente de esa viven
cia surgen los versos de La Tierra Santa (1984). La locura, para Merini, es la negación de la realidad o el exceso de la misma. L'altra veritá. Diario di una diversa (1992) es también un documento excepcional de aquellos años de bajada al inframundo. Giorgio Manganelli, uno de los más viejos amigos y valedores de la escritora, se refirió a este Diario como la expresión de 'lo numinoso del ser humano que trasciende a lo infernal'. La Tierra Santa es una poesía de pensamiento, 'pensamiento, ¿dónde echas raíces? / ¿En mi alma loca / o en mi vientre roto?'. Es una poesía filosófica cuyos temas obsesivos a veces se cuentan de una manera narrativa, por ejemplo, en el 'nº 40', la violación-nacimiento y enajenación de la niña producto de aquel acto violento, 'Mi primera vejación como mujer / ocurrió en un rincón oscuro / bajo el calor impetuoso del sexo, / y sin embargo nació una tierna niña / de sonrisa dulcísima / y todo fue perdonado. / Pero yo no perdonaré jamás / y aquella criatura me fue arrancada del seno / y encomendada a manos más santas, / pero fui yo quien resultó ultrajada, / yo quien ascendió más allá de los cielos / por haber concebido una génesis'. El manicomio para Alda Merini es un lugar que está más allá de la vorágine del sueño, un espacio en donde alguien se refugia del feroz engaño de la vida, es 'el Monte Sinaí, / maldito, en el cual recibes / las tablas de una ley / por los hombres ignorada', en definitiva una tierra fértil y desértica a la vez. Cárcel-manicomio-convento-monasterio-cenobio-celda, '¿por qué me aterra la inmovilidad?'.
Merini mezcla magistralmente metáforas, lugares, tiempos, historias, personajes y paisajes procedentes de la mitología clásica (Dafne, Orfeo, Medusa), de la Biblia (Aarón, Moises... 'Conocí Jericó / yo también tuve mi Palestina / los muros del manicomio / eran los muros de Jericó...') y los Evangelios (el Jordán, Cristo...). Pero de entre todo este elenco, Merini está más cerca de Eurídice, 'quédate, quizá podrías ser el Orfeo / que de nuevo viene a rescatarme de la nada'. Orfeo-Cristo-Dios, la locura nos acerca a lo incognoscible para interpretarlo. En el manicomio todo es sagrado, todo es visto en estado de ebriedad. Como una sibila, como un oráculo, como en el éxtasis, Merini se expresa a veces a través de un verso-melopea. El poeta así se transforma en un poseso, en un mártir que trata de deshacerse del cuerpo para encontrar la esencia del conocimiento, 'cuerpo, ludibrio gris / con tus deseos escarlata, / ¿hasta cuándo me aprisionarás?'. Es curioso que la palabra muerte no aparezca en ningún poema. A pesar del terrible dolor que expresa este libro, el amor, el sexo, el afecto, la conmiseración, la piedad, contribuyen a la esperanza de reintegración en la vida, 'y después, cuando amábamos / nos daban los electrochoques / porque, decían, un loco / no puede a nadie amar'. Alda Merini no se deja llevar por lo irracional, por lo surreal, sino por el misticismo. Busca una razón, un fin, un sentido a ese dolor que no tiene mañana porque está siempre presente.
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