Charo López
Budd Boetticher contó que cuando John Ford buscaba actores y le hablaban de uno que actuaba bien en una película floja, iba a verla, y argüía que la única manera infalible de saber si un actor es realmente bueno es cuando hace un buen trabajo en una mala película.
Esta teoría, o argucia, del viejo zorro, que es válida para incontables casos del cine de su tierra y de esta tierra, le viene como anillo al dedo al espectador que acuda a ver sin paraguas protector a La soledad era esto, porque la poderosa fotogenia y la rara capacidad de la actriz Charo López para encajar de tú a tú una mirada cercana e insolente de la cámara pueden confundirle sobre la verdadera consistencia de la película que está viendo. Y, para no salir de la estela de las palabras de Ford, basta añadir que la llamada a la fascinación, la tensa calma y la delicada elegancia de la actriz dan riqueza a lo que es cine más bien pobre.
LA SOLEDAD ERA ESTO
Dirección: Sergio Renán. Guión: Renán, A. Bortnik, M. Matji, basado en la novela de J. J. Millás. Intérpretes: Charo López, Iñaki Font, Ingrid Rubio, Ana Fernández, Ramón Langa, Álvaro de Luna. Género: drama. España, 2002. Duración: 86 minutos.
La película procede de una novela de Juan José Millás, está dirigida por el veterano todoterreno argentino Sergio Renán y fue escrita por el propio Renán, Aida Bortnik y Manuel Matji, uno de los mejores guionistas del cine español. Y el filme goza, además de un buen reparto, de un barniz de esmero en la producción y de unos escenarios con pinta de caros y muy bien fotografiados por Juan Amorós. Hay por todo esto en su bien cuidada pantalla el brillo de las calidades de la solvencia y del buen oficio.
La soledad era esto es cine convencional, con algún residuo de sabor a melodrama rancio. Pero, dentro de estas limitaciones de concepto, que proceden del guión (estructura fílmica) y de la dirección (tempo que segrega esa estructura), arranca con fuerza y nobleza, pues busca y encuentra un tono intimista, una media voz calmosa bien calculada, cuya eficacia para mantener tenso el hilo de la atención alcanza la mitad del metraje, hasta que, precisamente cuando la pantalla comienza a pedir un giro hacia arriba, éste no sólo no llega sino que el filme pierde fuelle y decae.
Y ahí es donde interviene el don para sostener lo insostenible, esa magia con que Ford adornaba al buen intérprete metido en el fregado de dar credibilidad a un filme poco creíble. Porque Charo López logra saltar por encima del progresivo decaimiento de la pantalla y su sola presencia da consistencia de ser vivo al personaje de cartón que interpreta. Y lo hace apoderándose de él, componiéndole de dentro a fuera, dándole gancho de contagio, un gesto vivo que mueve a una película ya inerte.
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