Un aparatoso querer y no poder
Chen Kaige es un extraordinario cineasta chino, que mano a mano con el genial Zhang Yimou logró convertir a la ya legendaria Quinta Generación de la Escuela de Cine de Beijing en un espejo y en una referencia permanente de la evolución del cine en las dos últimas décadas del siglo XX. Es mundialmente conocido por su triunfal paso por el festival de Cannes con la deslumbradora epopeya de Adiós a mi concubina y, con anterioridad, por la pequeña obra maestra El rey de los niños, un prodigio del cine pobre, de presupuesto mínimo.
Pero, últimamente, el hasta entonces infalible Chen Kaige pareció perder de pronto su norte, dio síntomas de padecer claustrofobia dentro de las estrecheces económicas y políticas del cine chino y aceptó una de las incontables ofertas de la industria europea y norteamericana para hacer cine en Occidente. Su desafortunada elección fue esta Suavemente me mata, que no hace dar al cineasta el salto adelante que buscaba para su carrera, sino que le sumerge más en su estancamiento.
SUAVEMENTE ME MATA
Dirección: Chen Kaige. Guión: Kara Linstrom (novela de Nicci French). Intérpretes: Joseph Fiennes, Heather Graham, Natascha McElhone, U. Thomsen, Ian Hart. Género: thriller. Reino Unido-EE UU, 2002. Duración: 110 minutos.
Es Suavemente me mata un brillante, pero aparatoso y pretencioso thriller pasional, y con fingidos y triviales ganchos eróticos, que discurre por una intrincada trama de amor, vértigo, locura, violencia y crimen. Argumentalmente bordea a algunos inefables e inimitables juegos de amor loco y de suspensión del aliento con que el genio de Alfred Hitchcock hizo auténticas diabluras imaginativas, de las que a estas alturas Chen Kaige quiere sacar un tardío jugo, cosa que, como era de esperar, no consigue y la buscada diablura queda reducida a una vistosa rutina. El filme, que contiene un doble enigma, empieza con ritmo vivo y agil, pero se atasca hacia la mitad de su duración y se hace poco a poco previsible, lo que es un jarro de agua fría para un juego de enigma y de calentura erótica, que así resulta frío, mecánico y fingido.
El protagonismo de Joseph Fiennes es una colección de exageraciones y de imprecisiones. El actor británico se excede en la definición de su personaje y así lo vuelve demasiado evidente. Sólo el dúo que trazan las magníficas Heather Graham y Natascha McElhone está a la altura de las ambiciones estilísticas de Chen Kaige, que cae víctima de un querer y no poder indigno de un profesional de su talla. Y ambas actrices le dan respiro y actúan con comedimiento y hermosa fotogenia, haciendo creíble a ratos el torcido tinglado de amores y desamores, pasiones y terrores.
Babelia
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