Wernicke denuncia la intolerancia en su montaje póstumo de Händel
'Israel en Egipto' se estrenó representado y en concierto en Basilea
De Händel a Händel. Herbert Wernicke (Auggen, Alemania, 1946-Basilea, Suiza, 2002) debutó como director de escena en 1978 en Darmstadt con Belsazar. La muerte le sorprendió el pasado 16 de abril. Estaba preparando el oratorio Israel en Egipto, que en su versión es una denuncia de la intolerancia. La obra se estrenó el pasado domingo en el Teatro de Basilea, con el primer acto representado y el segundo en versión de concierto.
El vestíbulo del Teatro de Basilea acoge una exposición con la memoria de los 27 montajes que Wernicke ha realizado aquí, presidida por un piano con una maqueta a pequeña escala de Israel en Egipto, un retrato del artista enmarcado con sencillez y una rosa roja. Bruselas y Salzburgo también van a realizar exposiciones dedicadas a Wernicke.
Las dos producciones anteriores de Wernicke en Basilea habían versado sobre las cantatas de iglesia de Bach y sobre la música religiosa de Schütz. En los 20 años de colaboración continuada con el teatro suizo, Händel había estado presente con Julio César, Alcina y, especialmente, Theodora, una de las realizaciones de las que el director se sentía más satisfecho. En su taller de Nadelberg 17 era el único montaje del que conservaba en un gran panel la reproducción en tres dimensiones de un par de docenas de escenas. Antes de morir tenía un proyecto para poner en pie varios títulos bíblicos.
En un efusivo artículo de homenaje publicado en La Vanguardia el pasado viernes, Ramón Pla afirmaba que Wernicke diseñaba escenografías 'que no se rigen por un criterio de verosimilitud que haga creíble la acción, sino por un criterio de expresividad que haga comprensible su sentido'.
Emigración y parlamentos
La visión dramatúrgica de Wernicke para Israel en Egipto tiene dos pilares estéticos (y éticos) fundamentales: la emigración y los parlamentos. Ambientada en un congreso de diputados del XVIII, siglo en que la obra se compuso, la producción de Wernicke se encarga de recordar en una pantalla algunas noticias políticas y sociales de las últimas semanas. Los nombres propios son previsibles: Sharon, Arafat, Solana, Le Pen, Berlusconi. La actualidad viene de Israel y Palestina, con alguna llamada a Afganistán, Colombia o Nepal. La historia continúa desde sus orígenes del Antiguo Testamento extraídos del Éxodo, con Moisés y la tierra prometida para unos grupos humanos que buscaban entonces un lugar desde el que afirmarse. Las síntesis de largo alcance están en las esencias de los montajes de Wernicke, desde Boris Godunov hasta La bella Elena. Su despedida se acerca en intenciones a la primera y en el fondo escenográfico a la segunda.
La versión que se utiliza parte de la edición crítica de Bärenreiter-Gesamtausgabe, pero se añaden fragmentos musicales de Solomon, Athalia y Esther, y algunas frases de un narrador. Los solistas, la orquesta y el coro del Teatro de Basilea, dirigidos por Konrad Junghänel, actuaron con emoción visible. Después de numerosas aclamaciones, bajó un telón reivindicando la condición universal de la existencia: 'Nuestra democracia es griega, nuestro cous-cous es argelino...'. Imposible mejor cierre para una jornada cargada de afectividad y reconocimiento intelectual.
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