El guardián de traseros
La historia comenzó cuando un alcalde le tocó el culo a una concejala de su mismo partido, con la que mantuvo relaciones íntimas. 'Te lo toco porque me sale de los cojones'. Aquí las cojones no son sólo glándulas secretoras de semen, sino vara de mando y exponente de un estilo cerril de ejercer la autoridad municipal. Un alcalde que le toca el culo a su antigua pareja, con la prepotencia enunciada, tiene mucho de chulo y nada de primer edil democrático. La joven concejala, hastiada ya de tanto abuso y choteo, puso el asunto en manos del juzgado. Y así fue como del acoso sexual dio en el acoso procesal. La concejala es víctima de un bellotero machista, que no sólo le toca el trasero a ella, sino las vergüenzas a todos sus votantes.
Pero si el alcalde es un personaje grotesco, el fiscal más que ministerio público es un peligro público. En realidad, no interrogó a la concejala en su condición de testigo, sino que la increpó y la humilló. El fiscal se erigió además en guardíán de culos femeninos y hasta admitió que a las cajeras de determinada superficie comercial, les pueden meter mano en el trasero 'porque se juegan el pan de sus hijos'. Con el propósito, de desacreditar a la denunciante, la acusación, con una retórica infame, insultó a las empleadas de la superficie comercial, a la empresa y a sus clientes. El fiscal general del Estado, que no levanta entusiasmos, no ha tenido más remedio que sustituir al desaforado individuo por otro, después del duro y certero informe, sobre sus actuaciones y declaraciones, del jefe de la Inspección.
Pero el relevo es poca cosa, para quien ha procedido con un desprecio intolerable y facistón, hacia la joven concejala. Un personaje así debería ser objeto de sanciones más contundentes. El alcalde y el referido fiscal son, sin duda, de la misma pasta: de esa que pudre la confianza en los mecanismos democráticos. Que, en lo sucesivo, ese fiscal, devuelto al toril, se guarde su propio trasero: pueden volárselo a puntapiés. Y ojo con sus partes pudendas. Más de uno se la tiene jurada.
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