_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Welcome' José María

A la vista de lo que ha sido la estancia en Camp David del presidente del Gobierno, José María Aznar, invitado por su amigo el presidente de los Estados Unidos de América, George W. Bush, se impone reflexionar sobre qué dura es la vida de los políticos. Escriben los enviados especiales la sesión que padecieron en la Casa Blanca cuando fueron instruidos antes de viajar en helicóptero sobre cómo debían comportarse y las restricciones de todo tipo que debían observar en tan exclusivo lugar. Luego describen unas medidas de seguridad aplicadas por los marines a base de alambradas electrificadas que nada tienen que envidiar a las imágenes ofrecidas a propósito de los presos de Al Qaeda en la base de Guantánamo. Sólo nos resta el consuelo de saber que nuestra pareja presidencial, cuando fue perdida de vista por los informadores, en lugar de ser enjaulada pudo pernoctar en una cabaña.

Pero imaginen ustedes la escena, una vez apagados los focos de las cámaras y el relampaguear de los flashes de los fotógrafos. Al fin solos y sin saber qué hacer, convencidos de que cualquiera de sus comentarios o de sus gestos quedaría registrado atendiendo a las convenientes medidas de seguridad. Tampoco estaba la tarde, por lo que sabemos más bien fría, para salir a la intemperie, ni el exterior de la cabaña garantizaba intimidad alguna, más aún ahora que las inocentes ardillas pueden tener incorporado un chip y ser manejadas a distancia. Falta también saber si les habían sido retiradas las cámaras de fotos, si tuvieron que desconectar sus teléfonos móviles para evitar interferencias con los instrumentos de control electrónico y si Aznar pudo al menos cumplir a la mañana siguiente sus prácticas habituales de footing.

Por eso, con cuánta razón escribía Hans Magnus Enzensberger en su ensayo Compadezcamos a los políticos, recogido en el volumen que con el título Zig-Zag publicó la editorial Anagrama, que quizás haya llegado el momento de que dejemos de insultar a los políticos, una práctica hace tiempo desvinculada del discurso de la oposición y convertida en tópico de la mayoría murmuradora. Qué bien describe Enzensberger la función de ese símbolo de status que representa el escolta que no protege al político del mundo que le rodea, sino que protege al mundo frente al político e impide que éste logre traspasar la tenue membrana que le separa de su entorno, de modo que el agente de seguridad es, al mismo tiempo, el carcelero.

Señala también Íñigo Cavero en su reciente discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, dedicado a La clase política en la España democrática, dos factores causados por la información mediática que han influido en su apreciable situación de demérito progresivo. De una parte, las confrontaciones entre líderes que los medios transmiten sin desmenuzar aquello que forma parte de la pura dialéctica de lo que entraña errores o desaciertos y, de otra, los casos de corrupción aflorados mediante el periodismo de investigación que da lugar muchas veces a verdaderos juicios paralelos mediáticos. Por eso se pregunta a qué calidad de clase política aspiramos con una carencia de estimación social, una acumulación de exigencias de conducta y dedicación, un incremento de riesgos diversos y una escasez manifiesta de compensaciones.

Pero volvamos a Camp David y echemos un vistazo al orden del día de las conversaciones abiertas Bush-Aznar. Es indudable que en vísperas de recibir a ese hombre de paz que es el primer ministro Ariel Sharon con la ruina de Palestina y los escombros de Israel a cuestas es de suponer el interés del amigo George por las diferencias hispano-británicas en torno a Gibraltar y por la posición española en torno a la cuestión del Sáhara. Todo se le ha querido negar a nuestro presidente por parte de algunos sectarios, pero ¿a ver quién de sus predecesores mejora esa frase con la que regresa después de esta visita a Estados Unidos, según la cual 'mi amigo José María sabe que me tiene siempre al alcance en el teléfono'?; y quien haya pernoctado antes en Camp David que levante el dedo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_