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Columna
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Un mundo propio

El mundo que nos propone el pintor Alfonso Gortázar (Bilbao, 1955) en el centro cultural Portalea del Ayuntamiento de Eibar, lo viene construyendo desde hace muchos años. Se trata de un tiempo pasado gestado a través de la compulsiva y fría pasión por dibujar con el color y la luz. Cuando quería reducir el número de pinceladas en cada cuadro, a cambio de conseguir que fueran de una exactitud máxima. Donde los contrastes claros y oscuros buscaban sus opuestos centrados en la alternancia entre los primeros planos y los fondos.

En estos momentos Gortázar está en el mejor de sus mundos. Al ver sus cuadros el espectador esboza una sonrisa a punto de convertirse en pura carcajada. Lo provocan esos tipos extravagantes, atrabiliarios, de pensamiento cero, que pernoctan en chabolas con ínfulas de palacetes para artistas pobres.

Las sonrisas aumentan cuando a esa dignificación caótica de la chabola se añade una desconcertante buhonería del mueble, lo que conduce a un permanente encantamiento excéntrico. Luego entran en escena (nunca mejor aplicada esta palabra en ese mundo gortazariano) determinados detalles que se alzan como auténticos protagonistas en algunos de los cuadros, como esa ropa dentro de una maleta trazada con colorístico jolgorio, o una salpicaduras de pintura que tratan de quitarnos de la cabeza la sensación de estar en la naturaleza, o unas nubes que no son nubes, sino los parches de una pared a punto de ser pintada por unos operarios desconocidos, o un esplendente y misterioso fondo selvático nocturno, o la luz que surge de un lienzo blanco que es la iluminaria bonancible de una alfombra y unos pies desnudos, o esos lazos de cuerditas absurdas, pero que si se soltaran todo se vendría abajo...

Por lo visto en Eibar, Gortázar merece muchos parabienes. Y más merecería si tuviera un mayor control a la hora de dominar la forma que habita en los detalles. En la mayoría de sus cuadros -por no decir todos- se alternan las zonas trabajadas con cuidados precisos, junto a otras zonas hechas con menos mimo. O sea, deja ver una intencionalidad donde se marque claramente cuáles son las ejecuciones lentas y cuáles las rápidas. Quizá eso le valiera en el pasado, cuando explicaba entonces que buscaba con ello dar más énfasis a las zonas importantes.

Lo que fuera apropiado en el pasado no creemos que le sirva ahora, porque en este momento ha crecido como artista. Ahora es necesario que sepa en cada obra cuándo y dónde debe darse buena maña y dónde y cuándo desmañarse. El futuro de su arte depende de dar con ello. Es de todo punto preciso hacerse con el dominio de esos dos ritmos (maña y desmaña), lo que es crucial en su pintura. Como primera medida, no parece aconsejable que abunde tanto en hacer un uso excesivo de lo desmañado. Tampoco le favorecen en absoluto ciertos pasajes resueltos con la simpleza de unos brochazos rectilíneamente escuetos, netos, duros. Como resulta inconcebible que haya zonas sumamente confusas hasta para él mismo. De otro lado, no puede permitir que el espectador se dé cuenta cómo ha hecho expresa dejación en algunas fases del cuadro.

Si bien el nonsense, lo absurdo, grotesco y caricatural es parte de su acervo imaginario, no debe ser su único atesorado sostén. El aviso de Francis Bacon parece estar destinado a mejorar el futuro del propio Gortázar cuando señala: 'La verdadera imaginación está construida por la imaginación técnica'.

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La presencia permanente de los lienzos con la tela virgen en sus cuadros no anda lejos de ser el equivalente de la página en blanco del escritor. Símbolo metafórico de quien no es sino un príncipe o un mendigo extraviado en una página en blanco.

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