Desahogo y humildad

Ruego con el máximo interés la publicación de esta carta en su diario por dos motivos: el primero, como satisfacción personal o una especie de desahogo público, y el segundo, como lección de humildad a actitudes prepotentes y chulescas dignas de otras épocas, afortunadamente ya pasadas.

El protagonista de la historia tiene el título de señor gerente de la asociación que gestiona una residencia de ancianos sita en la localidad madrileña de Ciempozuelos.

A las doce de la noche del día 4 de marzo, por orden de la doctora de la residencia, mi padre es trasladado en ambulancia a urgencias de un centro hospitalario de Madrid aquejado de insuficiencia respiratoria. Las condiciones de su traslado sorprenden hasta al personal que le recibe en el hospital: en una noche cuya temperatura rondaba los 0º centígrados, mi padre, con 83 años, es sacado de la cama sin más abrigo que su pijama, ni una bata, manta, sábana, zapatillas... El día 7 del mismo mes mi padre muere de una neumonía.

En carta de fecha 13 de marzo, estos hechos son puestos en conocimiento del señor gerente de la arriba mencionada asociación, y, como en el plazo de un mes no se ha producido ningún tipo de contestación por su parte, le llamo por teléfono. El diálogo que tiene lugar a partir del momento en que le pregunto por la contestación a mi carta, ilustra y da una idea del tipo de persona con el que estoy tratando:

Señor gerente. Bueno, ¿y qué quiere que le diga? No hay nada que decir sobre el asunto.

Yo. Ni siquiera el pésame por la muerte de mi padre.

S. G. ¡Uf! Si tuviera que dar el pésame por todos los que se mueren en esa residencia... Fíjese usted, al año se mueren unos 60 o 70.

Y. ¿Y le parece demasiado molesto dar 60 o 70 pésames al año? Lo que me gustaría es que usted hiciera algo para que lo que ocurrió con mi padre no vuelva a repetirse.

S. G. Usted le da demasiada importancia porque era su padre. Bueno, no se preocupe que ya la contestaré. .

Y. ¿Cuándo?

S. G. Ya la contestaré.

Y. Está bien, voy a esperar un mes más su respuesta. Si ésta no se produce iré a verle personalmente para hablar con usted.

S. G. ¡Esto es el colmo! ¡Usted a mí no me amenaza, ni me ordena nada! ¡Faltaría más!

Sigue gritando pero ya no se le entiende y cuelgo el teléfono.